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llamando los números correspondientes a los
nombres. Yo, por el contrario, hago entrar por una
portezuela a las personas que vienen con una
tarjetita de don Bosco o con una recomendación del
padre De Barruel para ser introducidas
inmediatamente. Dejo pasar también a las personas
enfermas o recomendadas por nuestras amigas. No
siempre es fácil porque, tan pronto como se
filtran en la sala estas pequeñas maniobras, se
arman verdaderos tumultos gritando contra la
trampa. Nosotras dos abrimos a veces un poquito
nuestras puertas para hacernos señas con que
entendernos y esto hace sonreír al buen don Bosco
que, con paciencia inalterable, recibe a tantos
importunos e importunas>>.
La tarde del día veintiuno se cerraron las
audiencias a las nueve. Por lo menos, habían
tenido entrevista particular con don Bosco,
personas de sesenta familias. Quedaban solamente
las dos señoritas y los pocos que tenían que
acompañar <>; se arrodillaron las dos
una a cada lado de su escritorio, pidiéndole la
bendición. Así que las hubo bendecido, las saludó
diciéndoles que eran sus dos ángeles custodios.
A las seis de la mañana siguiente, domingo, ya
llegaba la gente buscando a don Bosco. No era
aquella la hora; pero las religiosas, que también
hubieran querido poder entretenerse alguna vez con
él, comprendieron que, en su casa, nunca tendrían
oportunidad. Para proporcionarles este consuelo,
la señora de Combaud las invitó a ir a su palacio
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cuantas veces quisiesen a las horas de la mañana.
Un día, viendo la señorita Sénislhac, que las
cosas se ponían cada vez más difíciles, rogó a don
Bosco que llamara a algunos hombres, que pusieran
mano fuerte para mantener el orden; pero él
contestó que sólo las mujeres tenían la paciencia
necesaria. Cada tarde, antes de marcharse,
invocaba sobre las religiosas las bendiciones del
cielo con alguna buena palabra, que las defensoras
de la buena marcha escuchaban con avidez y les
hacía olvidar el no pequeño cansancio. Una vez,
por ejemplo, dijo con gran amabilidad:
-Pediré al santo Job que les dé paciencia. íMuy
pronto estarán hartas de tener a don Bosco en su
casa!
La tarde del día veintitrés había en la casa de
Sénislhac <> para las iglesias
pobres. Señoras distinguidas iban allí a preparar
ornamentos sagrados. Todas juntas pudieron
acercarse a don Bosco, el cual les dijo unas pocas
palabras y las bendijo. El rumor de la muchedumbre
reunida en la calle le hizo perder las ganas de
entretenerse por más tiempo.
Aquella misma tarde acudió también una señora
perteneciente a
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