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febrero y pensando mucho en él. íY de pronto Dios
nos lo quita! Me parece haber perdido más que un
padre y un amigo, porque sólo sus oraciones
obtuvieron el don de vencer todas mis
incertidumbres e infundirme el ánimo de llegar a
ser como hoy me siento. Al leer el domingo la
carta que, usted reverendísimo Padre, me escribió
participándome la noticia, he formulado en mi
corazón el compromiso de hacer todo lo posible por
la obra de usted, que es la obra de él. Huelga
decir que pido por él con todo el fervor de que
soy capaz, y mis pequeñas hacen otro tanto (...).
Su muerte me deja como huérfana, pero con V. P.
digo: hágase la voluntad de Dios>>.
El día nueve de febrero, escribía desde París
la señorita A. Touzet, asociándose al común dolor:
<>-íEl cielo está poblado de santos, decían en
mi presencia al participarnos la triste noticia, y
nosotros tenemos tanta necesidad de ellos en la
tierra! >>Por qué Dios se nos ha llevado a éste
tan pronto?
>>-Pero nosotros no debemos pedir explicación
al Cielo y decimos con usted, reverendo Padre:
Dios en su infinita bondad, sólo hace lo que está
conforme con su justicia y bondad. Para secundar
la voluntad de nuestro llorado Padre, rezamos por
él, pero sin resistirnos a otro sentimiento, que
nos lleva a pedirle por nosotros>>.
íQué arraigada estaba en los espíritus la
persuasión de que don Bosco era un gran santo!
Concluiremos estos testimonios con las
afectuosas palabras de la señora Lepage, de
soltera Delys-Rennes: <((**It16.127**)) una
gracia y una felicidad de mi vida haber podido
encontrar a don Don Bosco en París. El pensamiento
de que rezó por mí y por los míos, y que seguirá
dispensándome su protección, es para mí un
dulcísimo consuelo. Me mantendré fiel a su
recuerdo y adicta a sus obras, cuyo gobierno ha
dejado a usted>>.
Aun sin lo mucho que nos queda por decir, basta
lo dicho hasta aquí para no encontrar exagerado un
juicio expresado entonces por aquel gran amigo de
don Bosco, el abate Guiol de Marsella. Mientras
trabajaban afanosamente los sectarios para
descristianizar a Francia, mirad cómo en la visita
de un pobre sacerdote, sin ningún prestigio
exterior, por añadidura extranjero y hablando con
dificultad la lengua del país, aquel buen amigo
descubría <(**Es16.113**))
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