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que había dado a conocer a la gente devota sus
admirables fundaciones, su desarrollo y sus
frutos. No se sabía otra cosa de él. Por eso, hoy
son muchos ((**It16.113**)) los
que quedan pasmados ante el ruido imprevisto
suscitado por un hombre, que poco antes apenas si
lo habían oído nombrar.
El aplauso de los parisienses es casi unánime,
y el atractivo irresistible, que agita a las
masas, es por sí mismo algo prodigioso. Hay en
esto una respuesta inconsciente, si se quiere,
pero directa y enérgica, contra las proclamaciones
de ateísmo, que, por todas partes, se pretende
hacer en nombre del pueblo. Todos esos homenajes
van dedicados al hombre de Dios; porque la masa
quiere contemplar al hombre de la fe y de la
oración. Las iglesias más grandes han resultado
pequeñas para dar cabida a los fieles que quieren
oír la misa de don Bosco, rezar con don Bosco,
recibir la bendición de don Bosco. No le piden
más.
Las muchedumbres que se vieron, no hace mucho,
alrededor del cura de Ars, iban a pedir una
absolución; acudían al confesor desde todas partes
del mundo hasta la humilde parroquia perdida entre
el fango y las charcas de la región de Bresse.
Tampoco don Bosco se niega a recibir y oír a los
pecadores (...); pero en París, en el torbellino
que lo arrastra, la gente comprende que apenas
tendría tiempo para estar confesando y toda esa
locura de entusiasmo, que se manifiesta en torno
al dulce y sencillo sacerdote, pretende alcanzar
su bendición y una plegaria.
Cada uno desea que esa bendición descienda
sobre su miseria personal o sobre una aflicción
particular. El buen sacerdote escucha a todos, se
interesa por todos e invoca sobre todos la
protección de María Auxiliadora. No se preocupa de
sí mismo y se pone a disposición de cuantos le
suplican: está allí para ellos, para sus penas,
para sus esperanzas; consuela, bendice, alienta.
En medio del tumulto que lo rodea, no se da por
aludido, sino que parece no atender más que a
quien le habla: se informa de todos y recomienda a
todos que tengan ánimo.
...Yo no le he visto en sus casas entre los
sacerdotes por él formados, que llevan la
fecundidad sacerdotal a las pobres almas de sus
asilados; pero le he visto entre las masas, que,
atraídas por su nombre, se echan a sus pies, besan
su mano y se inclinan para recibir su bendición.
La hermosura de este triunfo está en la modestia
del que es objeto del mismo. Se ve claramente que
no se busca a sí mismo y que todo lo atribuye a
Dios y a la Santísima Virgen. El no es más que un
hijo de campesinos que, a los quince años, llevaba
todavía la mano sobre la esteva del arado, e hijo
de campesinos se mantiene, sin aspirar a hacer
alarde de su valer. Va haciendo el bien y
sacrificándose por todos sin distinción de
personas, por así decir, y sin predilecciones. Lo
toman, lo llevan, y él deja hacer.
...El comportamiento del pueblo parisiense es
algo que sorprende. La afluencia de gente a las
iglesias es imponente y el gentío, que se agolpa
alrededor del hombre de Dios, llena de estupor. En
todas partes, hasta en las casas particulares
adonde va, le siguen las masas, se le adelantan,
le acechan y le sitían. Y no sólo acuden a él los
simples fieles. Tuve ocasión de verle un instante
en una sacristía antes de la misa. Ya revestido,
((**It16.114**)) con
las manos juntas y los ojos bajos, se dirigía al
altar y se le acercaron uno a uno muchos
sacerdotes y le susurraron sus recomendaciones al
oído. >>Qué decir de don Bosco en el altar? Yo le
he podido observar desde cerca y he contemplado su
recogimiento y su piedad.
Con la misma fecha, empezaba la Liberté su
largo artículo: <(**Es16.102**))
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