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capacidad para más. Entonces se pensó en fundar
otro y se eligió este lugar, como el más adaptado
y oportuno. Fueron muchas y grandes las
dificultades que se encontraron para lograr
abrirlo. Al principio, las lavanderas que lo
tenían en arriendo se sublevaron contra don Bosco
porque se veían obligadas a abandonarlo pero se
conformaron con la esperanza de mayor ganancia y
con la bondad de la dueña, la señora Vaglienti.
Cuando don Bosco entró en posesión, adaptó una
parte de las viejas casuchas para uso del oratorio
o de capilla para las funciones sagradas, que se
bendijo el día de la Purísima Concepción de aquel
año mismo; otra parte se arregló para escuela y
recreo.
Teniendo en cuenta la gran necesidad, el lugar
era reducido, mas, a pesar de ello, todos los días
festivos se reunían casi quinientos muchachos para
misa y el catecismo, y otros doscientos asistían a
diario a la escuela elemental. Este oratorio, que
se llamó de San Luis Gonzaga, recibió la ayuda y
los cuidados de varios socios de la Sociedad de
San Vicente de Paúl y varios sacerdotes celosos de
esta ciudad. Son dignos de ser recordados el
teólogo Juan Borel, el teólogo Francisco Rossi, el
reverendo Demonte, a quienes ya llamó Dios a
recibir el premio de su celo, y otros que todavía
viven y siguen sacrificándose por el bien
religioso y moral de la juventud. Así se siguió
adelante durante varios años, y con la caridad de
algunos señores y señoras, y con la constancia e
intrepidez de sus ayudantes don Bosco se enfrentó
con otros obstáculos, como la feroz persecución de
los golfos, instigados por cierta gente de estos
contornos hostil y enemiga.
Mientras tanto, la amenidad de la zona y la
salubridad de sus aires atraía a la gente, se
llenaban estos lugares de casas y construcciones y
crecía cada año la población por los alrededores y
con ella aumentaban también las necesidades
religiosas. Añadióse a esto la instalación de los
valdenses aquí cerca, los cuales con su iglesia y
sus escuelas, con sus conferencias y otros
artificios ponían en peligro la fe católica de los
muchachos y de los adultos.
Estas y otras circunstancias reclamaban una
amplia iglesia, que facilitase la asistencia, no
sólo a los muchachos, sino también a los adultos
de ambos sexos, para santificar el día festivo,
intruirse en la religión católica, y practicar las
obras de caridad y de devoción y así precaverse
mucho mejor contra las asechanzas enemigas.
Al llegar aquí, pasó don Bosco al segundo
punto, diciendo lo que hoy era el lugar de treinta
y cinco años atrás. Y como todos podían ver lo que
era, don Bosco señaló sobre todo las dificultades
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conocidas por muy pocos y que hubo que superar,
para que el lugar se convirtiese en lo que era. La
primera dificultad fue la carencia de medios
económicos para empezar la empresa; pero se hizo
una llamada a la caridad católica y comenzaron a
llegar los medios para afrontar los primeros
gastos. La segunda fue la compra de varios trozos
de terreno y de casuchas, cuyos propietarios no se
avenían a deshacerse de ellas o pretendían un
precio exorbitante. Uno de ellos montó tales
dificultades que a muchos les parecieron
insuperables. Por causa de esto, continuó don
Bosco, hubo que suspender los trabajos durante
casi ocho años; pero, con la ayuda de Dios y la
intervención de personas benévolas, sobre todo con
el celo incansable del benemérito conde Reviglio
de la Venaria, se superaron éstas y otras
dificultades que fueron apareciendo después. Por
fin, a primero de 1877, con el consentimiento de
la Autoridad Eclesiástica, tenido desde los
primeros años, se continuaron los trabajos con
mucha velocidad. El,conde Eduardo Arborio Mella de
Vercelli concibió y trazó los planos, dando una
luminosa prueba de su ardiente amor por los
edificios religiosos de estilo antiguo, y de ese
su indiscutible saber arquitectónico, del que goza
merecida fama; el caballero Spezia lo ejecutó y
dirigió; el ingeniero
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