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Ultimamente sucedió un caso muy grave. En los
meses de noviembre y diciembre, salieron en dicha
publicación los volúmenes, con cuentos escogidos
de los Ecatommiti de Juan Bautista Giraldi.
Aunque, las ediciones anteriores ya estaban
expurgadas, y una de ellas gozaba desde 1563 de la
Revisión del Inquisidor, que dijo de los
Ecatommiti que <>, sin embargo, al volver a
publicarlos, nosotros los habíamos retocado de
nuevo y habíamos eliminado varios, cuya lectura no
nos parecía bastante conveniente para la juventud
estudiantil. Pues bien, la Curia Arzobispal, como
si se hubiese propuesto echar por tierra dicha
publicación, negó el Visado al fascículo del mes
de diciembre, momento en el que acostumbran los
suscriptores a renovar la suscripción para el año
siguiente; más aún, se halló a punto de publicar
en el periódico Corriere di Torino, como había
hecho en otra ocasión, una dura protesta contra
nosotros y nuestra obra.
El pretexto para ello fue una nadería; por
inadvertencia del regente de la imprenta, no se
cuidó de una pequeña señal hecha por el Revisor
del manuscrito, y no suprimió en el prólogo del
fascículo de noviembre algunas palabras. Las
palabras no suprimidas no contienen nada contra la
fe ni contra la moral, y así lo probó la conducta
de la misma Curia. En efecto, al no dar ésta el
visado al manuscrito examinado y sí a las pruebas,
ya compaginadas, y vueltas a ver y confrontadas
minuciosamente con el manuscrito, obtuvo con
tiempo las galeradas, vio en éstas las palabras a
suprimir y aún añadió su firma.
Con esto dio la Curia a entender que aquellas
líneas podían pasar sin daño alguno, salvo que se
quiera suponer que fingiera no advertírlo para
aprovechar la ocasión de molestarnos, recurriendo
al manuscrito. Si la Curia, en vez de callar, al
revisar las galeradas, hubiese hecho observar la
omisión del regente, éste aún habría podido
remediar su descuido, porque entonces la
composición todavía no había entrado en máquina.
Al contrario, la Curia descubre que las galeradas
llevan las palabras que ella no quería, pone, sin
embargo, su visado, deja que el libro sea impreso
y distribuido, y luego atribuye lo hecho a
insubordinación, y, en venganza, niega el permiso
de impresión del volumen siguiente, aunque sea
totalmente inofensivo, y absolutamente conforme al
manuscrito examinado y reexaminado. Parecen cosas
de niños; y, sin embargo, son hechas por hombres
formales y colocados en el candelero.
Y no ha sido esto todo. No satisfecha del grave
perjuicio causado a nuestra publicación, la Curia
fue más lejos. En vez de informar del ((**It15.745**)) asunto
a don Bosco, que no estaba enterado de nada, el
canónigo Colomiatti, abogado fiscal de la Curia,
escribe y luego envía su ujier a nuestro
Instituto, citando ante sí no a uno de los
Superiores, que se encontrase en casa, sino a don
Miguel Rúa, que estaba ausente de Turín hacía ocho
días. Al no comparecer, juzga el Abogado que es
una terquedad;
entonces extiende la anunciada protesta, la firma
el canónigo Chiuso, provicario general, y está en
un tris de ser publicada por la prensa. De esta
forma, en nombre propio o en el del señor
Arzobispo, los dos canónigos intentaron
desacreditar cada vez más ante los fieles a la
Tipografía Salesiana que, hace más de treinta años
trabaja en defensa de la religión católica, por la
difusión de sanas doctrinas para el pueblo y la
juventud y, al mismo tiempo, para proveer de pan y
educación a varios millares de muchachos pobres y
abandonados. A quien conoce íntimamente las cosas,
le parece que, en la Curia Arzobispal de Turín, no
haya más trabajo que el de poner trabas a las
obras Salesianas e impedir su desarrollo.
Una vez escrita, y debidamente firmada, no se
publicó la fatal protesta por interposición del
profesor don Celestino Durando, que se presentó en
la Curia el día dieciséis del corriente y alcanzó
que fuese revocada. Corre, sin embargo, la voz de
que
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