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hace con el trigo. Por eso el apóstol san Pedro
pone (I Ep. V, 8), a todos los cristianos en
guardia contra las asechanzas del enemigo
infernal, diciéndoles: Sed sobrios y velad.
Vuestro adversario, el diablo, ronda como león
rugiente, buscando a quien devorar; y el apóstol
san Pablo recuerda a los fieles de Efeso: que
nuestra lucha no es contra la carne y la sangre,
sino contra los principados, contra las
potestades, contra los espíritus del mal que están
en las alturas (Ef. VI, 12). Y, por eso, todos los
hijos de la Iglesia, sin excepción alguna, todos
sin distinción de ningún genero, deben sentir
temor a los fraudes y engaños del demonio; pues no
hay lugar por sacrosanto que sea, donde no entre
el demonio: ((**It15.738**))
acordémonos de que Satanás entró en el paraíso
terrestre, que era el reino de la inocencia, y
entró en el cenáculo donde estaba el Redentor con
sus apóstoles; y allí tomó posesión de Judas: no
hay ningún hombre tan iluminado, ni tan santo y
rico de méritos, a quien no intente acercarse
Satanás para echarle encima el chorro de su baba:
Jesucristo permitió a Satanás que se acercara a su
misma divina persona y le llevara al pináculo del
templo y a la cumbre de un monte: >>nos extrañará
que le permita acercarse a cualquiera de sus
siervos? Y, por cierto, cuando se presenta a
éstos, Satanás emplea fraudes y artes singulares
y, como nos advierte el apóstol san Pablo (2 Co
XI, 14), encuentra la manera de tomar la figura de
un ángel de la luz: Satanas transfigurat se in
angelum lucis; y sucede muy a menudo que, aunque
no logre alcanzar todo el mal que querría y acabar
con todo el bien, sin embargo, echa a perder y
corromper alguna parte del bien y a mezclar con el
bien alguna dosis del mal.
Veamos, pues, al apóstol san Pablo dolerse
(Flp. 1, 17) amargamente de las disensiones y
discordias que turbaban la paz de los primeros
cristianos en Corinto; lamentarse de algunos que
predicaban a Jesucristo, no sólo para dar gloria a
Dios, sino también por espíritu de contienda y
oposición al mismo Pablo: y el mismo Apóstol no
cesaba de prevenir a los fieles contra las
insidias y los engaños del demonio y de
amonestarles, de un modo especial, que estuvieran
totalmente sometidos a la autoridad constituida
por Jesucristo y, por medio de la humildad y
sujeción, estar cada cual en su sitio de forma que
se conserve en la Iglesia la perfecta unidad, paz
y concordia (Ef. IV, 3).
Así se explica cómo, hasta en el seno de la
Iglesia Católica, haya muchas veces personas, que
son manifiestamente instrumentos de santificación
en manos de Dios y que, sin embargo, caigan en
algunas de las asechanzas de Satanás y aparezcan
las fealdades del mal junto a las hermosuras del
bien, y, junto al brillo del oro, se vea lo
horroroso de la escoria, y que las joyas más
preciosas tengan algún grano de barro. Se explica
cómo san Jerónimo buscara la paz junto a la gruta
de Belén, porque, en otra parte, no le dejaban
descansar las lenguas maldicientes de ciertos
clérigos; cómo san Juan Crisóstomo fuera
desterrado dos veces por sentencia de personajes
adornados de la mas augusta condición, entre los
cuales estaba san Cirilo de Alejandría; cómo san
Carlos Borromeo fuera perseguido a muerte por un
grupo de religiosos; y cómo san José de Calasanz
encontrase la más terrible oposición donde debería
haberse encontrado ayuda y aliento. Así se explica
por qué hoy el Vicario de Jesucristo, León XIII,
en su carta a los Arzobispos y Obispos de las
provincias de Milán, Turín y Vercelli, del 25 del
pasado mes de enero, haya tenido que quejarse
amargamente de un periódico de Lombardía que,
mientras trabaja para sostener la causa más
sagrada que haya en la tierra, como es la de la
Iglesia Católica, no tiene escrúpulos en arrastrar
ante su tribunal a las ((**It15.739**))
veneradas personas de Obispos y Arzobispos,
olvidando la terrible amenaza proferida por
Jesucristo, cuando dijo a sus apóstoles y sus
sucesores: Quien os desprecia a vosotros, a mí me
desprecia. Qui vos spernit, me spernit (Lc X, 16),
y de
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