((**Es15.623**)
para destruir las sospechas que el castigo que se
me impuso había hecho concebir desgraciadamente
contra mi pobre persona, con mucho daño para las
almas, con mucha afrenta para el sacerdocio y gran
deshonor para mi Instituto religioso; pero
descubro, en cambio, que estamos en los
principios.
>>Cuándo será, pues, que el reverendísimo
Arzobispo de Turín dejará que la justicia siga su
curso? >>Cuándo dejará de torturar a este pobre
sacerdote? >>Cuándo, en fin, pondrá fin a una
cuestión ya tan larga, tan perjudicial para el
bien de los fieles y tan cargada de molestias para
la Congregación Salesiana?
Hace ya cuatro años que el Arzobispo de Turín
me aflige sin razón y paraliza mi sagrado
ministerio. Después de haberme suspendido, de la
manera y por el motivo ya bien conocido por esa
Sagrada Congregación y tan opuesto a los Cánones,
dejó pasar el primero de año de 1879 sin responder
a las repetidas cartas que esa Sagrada
Congregación, a la que yo había recurrido, le
escribía pro informatione; y yo quedé como antes.
Llegó el segundo año 1880, y el Arzobispo lo pasó
escribiendo y amontonando acusaciones gratuitas,
no sólo contra mí, sino contra los Salesianos en
general y contra el mismo don Bosco, nuestro
venerado Superior General; y, mientras tanto, yo
seguí bajo el castigo que se me había impuesto.
Llegó el tercer año 1881 y el señor Arzobispo me
engañó con ilusiones, halagándome con la idea de
acabar mi cuestión, mediante una equitativa
composición; pero, cuando parecía que esto se
había logrado, he aquí que cambió de parecer,
retrocedió, y todavía nos culpó de haber roto
nosotros las disposiciones tomadas; y yo sigo con
mi deshonroso castigo.
Ha empezado ahora el cuarto año 1882 y Su
Excelencia, después de haber rechazado la sapiente
sugerencia dada por esa Sagrada Congregación para
una amigable composición del asunto, tras haber
negado la audiencia a don Bosco y no haber tenido
en cuenta y dejado sin respuesta la petición de
rehabilitación, que el mismo le hacía tener de
acuerdo con la mente de los Eminentísimos Padres;
después de haber buscado la inutilidad de la
sentencia favorable recientemente dictada por ese
autorizado tribunal, más aún, después de haber
intentado, pocos días después, condenarme a toda
prisa y vehemente como autor de ciertos libelos
sin haberme oído antes, y no obstante las
excepciones de incompetencia objetadas, y el
recurso interpuesto por su sentencia
interlocutoria; después de todo esto, digo, y lo
demás que, por brevedad, omito, él apela todavía
contra la citada sentencia de esa Sagrada
Congregación, como si fuese injusta y acusa de
impericia a los sagrados jueces; y de este modo
coarta a la misma Sagrada Congregación y a este
pobre firmante a nuevas preocupaciones, nuevas
molestias, nueva pérdida de tiempo y de dinero. Y
mientras tanto, yo sigo con mi pena; y mientras
tanto, siguen las habladurías y se consolidan las
sospechas sobre mí; y mientras tanto, se agrandan
los escándalos, y se turban las conciencias de
muchas almas dirigidas por mí. ((**It15.729**)) Al
presente, yo pregunto si es tolerable y humano
este modo de proceder; pregunto si ésta es la
manera de corresponder a las santas intenciones de
la Iglesia, que es una madre, y que ha dictado
tantas sapientísimas leyes en defensa de los
oprimidos; pregunto si mi situación no mueve a
piedad.
Ignoro qué medidas tomará la Sagrada
Congregación sobre ello. Lo que ella haga estará
bien hecho, ya que se pueden aplicar con
merecimiento a todo tribunal de la Santa Sede las
palabras del Evangelio: Omnia bene fecit. En
cuanto a mí, sólo pido que, si se ha de proponer
de nuevo la causa a la Sagrada Congregación, tenga
la bondad de proponerla lo antes posible, para
librarme de una situación tan anormal y a la par
tan escandalosa, ya que el Arzobispo y algunos de
los suyos han hecho correr la voz de que en esta
cuestión la Sagrada Congregación le ha dado la
razón a él, y lo prueban con el hecho de que yo
sigo como estaba. Ahora bien, se sabe que el
Arzobispo
(**Es15.623**))
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