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Mendre, suplicándole que interviniera para que don
Bosco fuera llevado hasta su hija.
El Abate, que conocía a la señora sólo de
haberla visto tantas veces en el oratorio, no pudo
resistirse a sus lágrimas y le prometió que, como
le tocaba la fortuna de acompañar a don Bosco
hasta Aubagne, daría orden de desviar el coche a
la casa de la enferma y rogaría a don Bosco que la
visitara y le perdonara su indiscreción.
Se partió al oscurecer. El Abate tenía por
seguro que don Bosco no conocía el camino; así que
se sorprendió cuando le oyó exclamar de repente:
-íMe parece que hemos cambiado de camino!
En efecto, en aquel momento el cochero seguía
las órdenes que, en secreto, le había dado el
abate Mendre, que era el único capaz de comprender
el cambio de itinerario. Y, sin responder
directamente a su pregunta, le dijo:
-Usted, Padre, viaja bajo mi responsabilidad.
Déjeme obrar, que llegaremos seguros a nuestra
meta.
Don Bosco calló. Paróse después el coche ante
la casa de los Flandrin, y él cedió al ruego. La
madre lo introdujo en la habitación de la enferma,
mientras el abate permaneció en la sala contigua.
((**It15.59**)) Hacía
quince días que a la joven se le administraba la
alimentación de forma artificial; le atormentaba,
además, una sed ardiente. Su padre, que era
funcionario, había tenido que ir a la oficina,
persuadido de que, al volver, se la encontraría
muerta; en efecto, ya había recibido los santos
óleos.
El Siervo de Dios, acercándose a la cabecera,
le preguntó:
->>Bebería un sorbito de agua?
-No puede, contestó enseguida la madre.
-Recemos, dijo don Bosco.
Se arrodillaron todos los presentes y rezaron
unos instantes; don Bosco bendijo a la enferma y,
después, le ordenó:
-Ahora beba.
Ella empezó a sorber libremente y, a medida que
bebía, sentía que le venía nueva vida; hasta que,
apartando el vaso, exclamó:
-íEstoy curada!
Entonces se armó allí dentro una verdadera
batahola: uno gritaba, otro lloraba, todos iban de
un lado para otro; parecía que estaban locos. El
abate Mendre, que acudió enseguida, se encontró
con don Bosco que salía a su encuentro, sonriente
y tranquilo. El Siervo de Dios se dirigió
directamente al coche, seguido del compañero que
parecía aturdido.(**Es15.61**))
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