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suya, que vivía en la calle Santiago, le aconsejó
que se presentara a don Bosco, no para pedir el
milagro de la curación, sino para alcanzar con sus
palabras algún alivio espiritual. Se presentó y le
manifestó sus buenas disposiciones para llevar con
paciencia la propia cruz, por amor de Dios. El
Beato le animó y lo bendijo.
Habitaba el enfermo en la avenida de Meilhan.
El trayecto desde San León a su casa era muy largo
para él, con la pierna en aquel estado; pensó,
pues, tomar el tranvía en el cruce ((**It15.56**)) de las
calles <> y Santiago. Pero, como el
tranvía no llegaba, se encaminó lentamente hacia
la Bolsa, esperando tomar el primer tranvía que
pasara por allí, mas no encontró ninguno. Después
de esperar inútilmente, enfiló despacio la
<>, siempre con la misma intención, y
tampoco tuvo suerte allí. Lo mismo le ocurrió en
la calle <>; así que, paso a paso y casi
sin darse cuenta, llegó a su casa.
Por costumbre debía acostarse enseguida y cenar
en la cama. Pero aquella tarde, sin dar oídas a
los suyos, quiso terminar de arreglar unos
asuntos, que le obligaron a estar de pie hasta la
hora de la cena. Como no sentía ninguna
incomodidad, quiso sentarse a la mesa con la
familia y después se fue a la cama. Y he aquí que,
al quitarse la venda para cambiarla, ya no volvió
a ver la llaga, que había desaparecido sin dejar
cicatriz de ninguna clase. Don Bosco había hecho
el milagro, sin ni siquiera habérselo pedido.
Se había preparado para las Hermanas un
edificio poco distante del instituto, pero la
humedad de las paredes y otras razones pedían que
se retrasara todavía su viaje. Entre tanto, don
Bosco bendijo la casa; cumplió la ceremonia a
puertas cerradas y de forma muy privada; ni
siquiera se invitó a las señoras de la Comisión,
las cuales lo sintieron bastante, ya que ellas se
habían ocupado seriamente en varias reuniones de
cómo atender a la nueva comunidad. En la sesión
del 3 de marzo justificó el Párroco la cuestión,
alegando dos razones. La primera que no era
prudente todavía llamar la atención de los vecinos
sobre la presencia de aquella familia religiosa y,
además, que, en los últimos días de la permanencia
de don Bosco en San León, era imposible acercarse
a él por los muchos visitantes que lo asediaban, y
el señor Cura no había podido ponerse de acuerdo
con él sobre el día, la hora y la manera. Estas
explicaciones disiparon el disgusto.
Cierto que, si se consideran los
acontecimientos narrados en el volumen anterior,
nunca era demasiada la prudencia; todavía hemos de
decir que, en Marsella, entre los buenos
aumentaban las simpatías ((**It15.57**)) por la
obra; por eso, la Comisión de señores creyó que la
obra ganaría haciendo que se conociese mejor. En
consecuencia, ya durante(**Es15.59**))
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