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nosotros una prenda segura. Mostró también deseo
de saber algo sobre Passaglia, que estuvo con él,
prometió mucho y no hizo nada. Al despedirme, me
dijo que hablará de nuevo con el Papa, en la
primera ocasión, sobre los Privilegios e insistió
mucho para que le comunicase que deseaba una
avemaría a la Virgen en su favor, pero dicha por
don Bosco.
El cardenal Nina está tan encariñado con
nosotros que, después de mi última visita, ya ha
venido dos veces a verme y el domingo estuvo
conmigo una hora. Me contó ciertas habladurías que
hacían algunos enemigos nuestros para echarnos por
tierra y se atrevió a decirme que deben partir del
cardenal Ferrieri, el cual hizo al Papa una fea
descripción sobre nosotros. La última visita que
le hice al presentarle la última carta que le
llevé, él mismo entró en el tema para aclararlo
todo y me hizo oír algo cáustico sobre Ferrieri.
El Papa dijo:
-Sí, tienen muchos enemigos y deben caminar con
pies de plomo, porque en Roma se exageran las
pequeñeces.
Habló a continuación de La Spezia, accedió a la
petición de ayudar con un subsidio a aquella santa
obra y ahora no dejaré ni a sol ni a sombra al
Cardenal para que lo cobre. Con él alabó mucho a
don Bosco y a sus obras y se mostró satisfechísimo
de todos y de todo. Habiéndole hablado de nuevo en
esta ocasión sobre nuestros privilegios y con
mucha insistencia, dijo el Padre Santo:
-Pero es un instituto que acaba de nacer y es
preciso que vayamos despacio y se lo concedamos
uno a uno.
Replicó entonces el Cardenal:
-Pero ya sería hora de comenzar con este uno
para seguir con los demás.
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Intente, pues, usted renovar la petición de uno,
el más necesario para las misiones, que lo
obtendremos con el apoyo del cardenal Simeoni. En
una sola semana, he hablado durante casi tres
horas con el cardenal Nina, el cual, con inefable
confianza, me contó muchas cosas, muchas intrigas,
muchas ofensas que sólo a usted confío (...).
De palabra, mejor que por escrito, le diré
muchas otras cosas. Aquí, por nuestra parte, todo
va bien. Todos queremos saludarle y desearle por
mi medio y conmigo unas buenas fiestas, un buen
fin y principio de año, y lo hago con mucho gusto,
convencido de que aceptará nuestras felicitaciones
con su corazón paternal, que tanto alegra y serena
el ánimo de sus hijos que mucho le quieren y entre
los cuales se gloría de ser tenido por el más
pícaro.
Roma, 18 de diciembre de 1882.
FRANCISCO DALMAZZO, Pbro.
P. D. Hoy llega monseñor Manacorda; lo
recibiremos lo mejor que podamos.
En el mes de diciembre, fue a Roma monseñor
Manacorda, obispo de Fossano; era amigo de don
Bosco en todo el sentido de la palabra y muy
conocedor de los dicasterios romanos, en los que
había hecho su carrera; podía, por consiguiente,
ayudar muchísimo en aquellas circunstancias a sus
intereses en los mismos; aunque ciertamente su
viaje no tuvo por finalidad este preciso objeto.
El Beato informó de ello al Procurador, adornando
la carta con un precioso aviso. De la rifa se
hablará a continuación.
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