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los Salesianos y celebró con él una prolongada
entrevista, en la que le dijo:
-Nosotros llegaremos a tener en los alrededores
de Marsella una gran casa, en la que pondremos el
noviciado y el estudiantado filosófico. Tú serás
destinado a ella, no el primer año, pues te
necesitarán en San León para las clases; con todo
irás allá para dar algunas lecciones, hasta que al
fin fijarás en ella tu residencia.
En Marsella, algunos creían que la casa del
sueño era la quinta de la señora Broquier, a poca
distancia de Aubagne; incluso, inducidos a error
por ciertas descripciones inexactas, don Bosco
llegó también a creerlo y escribió a su dueña para
que le cediese la propiedad o el uso de la misma.
Envió la carta a don José Bologna para que le
diese curso; pero como él hacía la descripción de
la finca que había visto en el sueño, la señora no
se dio por enterada y don José Bologna se dio
cuenta de que don Bosco estaba en un error.
Otra oferta se la hizo en 1883 la señora
Pastré, opulenta viuda parisiense, a la que el
siervo de Dios había curado una hija. Se trataba
del ((**It15.55**)) uso de
una quinta junto a Santa Margarita, a poca
distancia de Marsella; mas don Bosco, por motivos
de ciertos reparos personales, sin averiguar las
condiciones de la casa, declinó la oferta. Pasados
algunos meses don José Bologna le escribió
diciéndole que la señora insistía en su propuesta,
rogando que la aceptara. El Beato contestó que si
en la finca existían los pinos, los plátanos y la
acequia del agua, que sí; de lo contrario, no le
interesaba. El Director, habiendo ido a visitar la
quinta, le notificó que en ella había centenares
de pinos, avenidas de plátanos, y, al fondo,
abundancia de agua corriente. Entonces fue
aceptada la casa de Santa Margarita en usufructo
por quince años y, en ella, se estableció el
noviciado en el otoño de 1883, bajo la
denominación de La Providencia. El abate Guiol,
habiéndose personado en ella en el 1884, observó
con estupor que todo respondía exactamente a
cuanto el siervo de Dios le había dicho repetidas
veces que había visto en el sueño.
Hay un hecho extraordinario que, según todas
las probabilidades, ocurrió este mismo año. El
Rector Mayor, don Pablo Albera, lo oyó contar en
1921, en Allevard-les-Bains, a un médico, y él lo
narró enseguida a los salesianos de Marsella el 7
de febrero. El señor Guérin, de Marsella, padecía
tuberculosis ósea en una pierna. Le habían
practicado una raspadura del hueso, pero no había
obtenido ningún alivio. El mal fue declarado
incurable. Debía tener siempre abierta la herida
para dar salida al pus. Era un excelente cristiano
y sólo deseaba cumplir la voluntad de Dios en todo
y por todo. Una señora conocida(**Es15.58**))
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