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recordar todo lo recientemente hecho y cuanto se
proyectaba hacer, don Bosco proponía la cuestión
de si no era tentar a Dios y cometer una
imprudencia al querer realizar tantas obras.
<>, respondía él mismo, aduciendo la
razón de que Dios había mostrado de diversos modos
que aprobaba aquella conducta. Eran sus
argumentos: las palabras de aliento de venerandos
prelados, de eminentes personajes y del mismo Sumo
Pontífice; el éxito de las obras emprendidas y los
socorros recibidos para emprender cada año otras
nuevas; la benevolencia de muchas personas buenas
y la ardorosa caridad de los Cooperadores y de las
Cooperadoras; las continuas ((**It15.630**))
gracias y señalados favores celestiales,
concedidos por Dios y por su Madre Santísima a los
que acudían a ayudarle con su beneficencia; la
porfía caritativa de tantos y tantos, que desde
distintas ciudades y pueblos llevaban o enviaban
el fruto de sus ahorros, lo superfluo de sus
bienes para el sostenimiento de las obras que se
tenían entre manos. El veía en todo ello los
signos de la aprobación divina. <>.
Las páginas de esta historia son y seguirán
siendo un documento elocuente de esta asistencia
divina.
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