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muchos otros ilustres personajes de la República.
En el acta, que lleva veinticinco firmas ilustres,
se declara toda la importancia que tiene el voto
emitido por el tercer Congreso Geográfico
Internacional de Venecia y se hacen votos a Dios
para que el nuevo Observatorio pueda realizar
felizmente sus difíciles misiones científicas,
prestando <>.
En la capital se regocijaban el oratorio y las
escuelas del asilo de San Vicente con la
asistencia de doscientos ochenta muchachos pobres;
más aún, la casa se convirtió en centro de una
preciosa cadena de oratorios festivos, que
nacieron en la ciudad por iniciativa de los
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alumnos de Villa Colón, como ya hemos narrado
anteriormente. En Las Piedras, se ampliaban los
locales de los Salesianos y de las Hijas de María
Auxiliadora, para responder a las necesidades y a
la confianza de la población.
En cambio, en Paysandú hubo que lamentar un
grave infortunio. Está la ciudad asentada a la
orilla izquierda del río Uruguay en el extremo de
una colina, sobre cuya cima se levantaba la
iglesia parroquial. El veintiséis de marzo, un año
después de la llegada de los Salesianos, se
incendió aquella iglesia en plena noche,
ocasionando un daño de cuarenta mil libras. Don
Luis Lasagna temió que los protestantes
aprovecharan aquella desgracia; pero los nuestros
se habían ganado en tan breve tiempo tantas
simpatías, que rápidamente se recogieron fondos
para la restauración y el sagrado edificio se
levantó sobre las cenizas, más hermoso que antes.
El Inspector se sintió tan animado, que, mientras
se organizaban las catequesis y las misiones avisó
sin más a los albañiles para construir un colegio
para niños y otro para niñas. De esta manera,
gracias a la divina Providencia, se pudo sacar
bien del mal.
La misma Providencia parecía que disponía las
cosas de tal modo que se apresurase la entrada de
los hijos de don Bosco en Brasil. Ya es conocido
todo lo que, desde 1877, hizo el celosísimo obispo
monseñor Lacerda para alcanzar esta gracia. El
había salido de Europa, en el mes de diciembre de
aquel año, con la dulce esperanza de tener cuanto
antes a los Salesianos en Río de Janeiro; pero
corría ya el mes de mayo de 1882 y todavía no se
había hecho nada. Sin embargo, don Bosco no
olvidaba nunca sus promesas; solamente que la
necesidad de preparar convenientemente los hombres
exigía tiempo. Ya había hablado mucho con don Luis
Lasagna, durante el 1881 sobre sus planes para
Brasil; don Luis Lasagna, a su vez, llevaba el
Brasil en su
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