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que le alegraban y le permitían llevar adelante
con seguridad sus gestiones para la institución
del Vicariato Apostólico.
Progresaban también las obras de Buenos Aires.
El 1882 fue un año singularmente próspero para los
talleres: tenían abundante trabajo y medios para
atender los encargos. Había en la tipografía tres
máquinas siempre en movimiento; llegaban continuos
encargos a la carpintería; se comenzó el taller de
cerrajería. Celebróse por entonces una Exposición
Continental, en la que tomaron honrosa parte los
nuestros, puesto que la librería, la sastrería y
la carpintería obtuvieron premios halagadores. El
Arzobispo escribió una pastoral, en la que
poniendo de relieve las obras católicas ya
realizadas y las que todavía quedaban por hacer y
ayudar, recomendaba a la caridad pública las
escuelas salesianas de artes y oficios con
expresiones sumamente benévolas.
La reputación de estas escuelas se difundía por
la República y animaba a otros personajes a
presentar peticiones ((**It15.614**)) para
obtener otras semejantes en su población; así el
inspector, don Santiago Costamagna, recibió
instancias de Chivilcoy, Dolores, Salta, Las
Flores, Azul y sobre todo de Tucumán. El
Gobernador y las autoridades de la provincia
acosaban a don Santiago Costamagna con cartas y
recomendaciones, invitándole por el momento a ir
allí y reconocer la situación. Ofrecían terreno,
dinero, iglesia, apoyo material y moral, todo.
Tales y tantas fueron las presiones, que no pudo
negarse a hacer algo. Llegó allí después de cuatro
días de viaje y vio que allí no faltaba nada para
una fundación; pero a él le faltaba lo más
importante, que era el personal. Cuatro meses más
tarde llegó a Buenos Aires el Obispo, con plenos
poderes de parte del Gobernador; el Gobierno
central concedía pasajes para todos los salesianos
que se enviaran de Europa para aquella casa. El
inspector, persuadido de la conveniencia de no
responder con una negativa, casi se había decidido
a ir a Turín para pedir gente.
<>qué quiere usted?
Cuando se está tan lejos y hace tanto tiempo que
no se ha podido oír la voz de don Bosco, queda uno
como medio atontado. Basta, si es verdad que el
gobierno nos da los pasajes, y todos en un solo
barco, teniendo en cuenta que, si todavía se
tardase, llegaría el invierno y nos fastidiaría
mucho, quién sabe si no me decidiré a ir.>>
Pero don Bosco le respondió inmediatamente que
se estuviera quedo por el momento y se lo dijo con
esta bonita carta:
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