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huérfanos le formarán corona, cuando los ángeles
la lleven un día a gozar la gloria del Paraíso. Oh
María, proteged siempre a vuestra hija. Le suplico
ruegue por el descanso eterno de mi pobre alma>>.
Una vez que don Bosco murió, vivía en ella su
recuerdo, y le invocaba como a su más poderoso
protector celestial y se esforzaba sobre todo por
imitar su paciencia en las pruebas inevitables de
la vejez. En las crisis más penosas de su última
enfermedad, bastaba que oyera proferir el nombre
de don Bosco para que sonrieran sus labios y se
serenase su espíritu. Una hija de María
Auxiliadora, enviada por don Miguel Rúa para
asistirla, se servía de este infalible medio para
infundirle valor y resignación en los momentos
críticos.
Unos meses después del fallecimiento del Beato,
la voz de una profecía suya en torno a una guerra
próxima turbaba su ((**It15.610**)) sueño.
El diecinueve de diciembre le escribía don Miguel
Rúa para agradecerle el envío de mil francos, y la
reanimaba así: <>.
Mientras sobrevivió a don Bosco puso toda su
confianza y veneración en don Miguel Rúa, en
quien, con la intuición de las almas santas, ya
había descubierto sus singulares virtudes y dones
sobrenaturales. Don Bosco le había dicho:
-Cuando se abra una casa en su provincia, usted
será la mamá de la misma.
Se abrió la casa en Ruitz del año 1891 hasta
1903, esto es, hasta la expulsión de las
congregaciones; la señorita Louvet fue muy
generosa con sus limosnas al primer director don
Albino Ronchail y a sus sucesores, don Emilio
Cosson y don Carlos Patarelli; entre otras cosas,
acudía sin falta cada año a enjugar el déficit del
balance. Mientras vivió, sostuvo relación con el
Capítulo Superior, colaborando siempre con la
misma espontaneidad y frecuencia que en el tiempo
de don Bosco. No había exigencias de parentesco,
puesto que solamente tenía
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