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((**Es15.52**) Guiol a que les diera su bendición, diciéndole que se consideraban afortunadas al recibirla. El Beato, avec son inaltérable bonté (con su inalterable bondad), se la dio, pero declarando que la bendición que les daba era por encargo directo del Papa para ellas. La confianza de don Bosco en la divina Providencia quedó muy justificada con los hechos, porque, como se desprende de las actas del 3 de marzo, hubo generosos donativos, que disminuyeron notablemente la deuda más grande, con una primera entrega a cuenta de veinte mil francos, seguida muy pronto de una segunda y, dos meses después, de una tercera igual que la primera. La deuda quedó, pues, reducida a la mitad. Pero la Comisión deseaba liberar a don Bosco del fantasma de los contratistas, que se suponía debía quitarle el sueño; en consecuencia se organizó una suscripción extraordinaria entre los dueños de establecimientos industriales, que empleaban a un buen número de trabajadores piamonteses, y entre las madres de familia. Para la primera suscripción, se invocó la ayuda de la Comisión de Señores, que presidía el señor Rostand. Don Bosco estaba asediado de la mañana a la noche; tanto que, a fuerza de recibir audiencias, casi había perdido la voz y el cansancio amenazaba vencerlo. El día 14, por la mañana, tuvo que comunicar que no podía recibir; pero ya se sabe que, en tales casos, siempre hay algunos privilegiados. Una pobre religiosa enferma, el presidente de cierta asociación, un distinguido señor a ((**It15.48**)) quien ya se le había señalado día y hora, una mujer neurótica escondida en un rincón y que, de pronto, cae en medio de la sala dando gritos, fueron recibidos sucesivamente y le tuvieron ocupado hasta mediodía. Ya no podía materialmente más: la opresión al pecho le abatía tanto que movía a compasión. Después de comer, se encerró con llave en la habitación para evitar que se repitieran las escenas. Y salió de ella al oscurecer, porque lo esperaban fuera de la ciudad. Anduvo una hora en coche, que fue una hora de sufrimiento, y luego le tocó hablar, de modo que, al volver a las diez, estaba sin fuerzas y con la perspectiva de que a la mañana siguiente se renovase el asedio con mayor fuerza. íHabía personas que habían ido y vuelto durante tres días seguidos! Y a más de esto, sobre la mesa iba creciendo una montaña de cartas. Como se había previsto, la mañana del 15, hubo una verdadera invasión. Había un grupo como de sesenta personas que clamorosamente pedían verlo. Era inútil repetir que no se encontraba bien y no podía recibir: nadie se movía de su sitio. Hartos de esperar y aprovechando el momento en que falló la vigilancia, los más audaces subieron hasta la primera planta y llamaron a la puerta.(**Es15.52**))
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