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documentos incontrastables y abundantes sobre la
generosidad de alguna espléndida persona, es muy
lógico que nos lancemos sobre ellos con la
legitima curiosidad de descubrir los misterios de
la caridad cristiana, a saber, cuáles fueran los
sentimientos que animaron a eminentes bienhechores
a dar sin cesar, y cuáles los del eternamente
<>, pidiendo sin descanso.
Don Bosco conoció a la señorita Louvet en Niza,
por medio del director de aquella casa que
ponderaba su bondad y caridad; pero ella era de
Aire-Sur-Lys, provincia de Pas-De-Calais, hija
soltera de un alto jefe del ejército. Prendada de
la fama de santidad que orlaba el nombre de don
Bosco, ardía la señorita en deseos de conocerlo; y
no le resultó difícil lograrlo, porque
generalmente iba a la Costa Azul precisamente
durante el período, en que el Siervo de Dios tenía
la costumbre de ir en busca de dinero por aquellos
lugares. Se trataba, además, de dos almas creadas
para entenderse y que, por un destino
providencial, llegaron a encontrarse. Desde aquel
afortunado momento, la señorita Louvet abrigó
siempre tanta veneración a don Bosco, que no tuvo
para él secretos en su vida espiritual ni medida
para abrirle su bolsa, todo con una espontaneidad
encantadora. Don Bosco, por su parte, la trataba
como un buen papá, aconsejándola paternalmente y
manifestándole con verdadero candor sus muchas
necesidades.
La correspondencia empieza el primero de enero
de 1882 y dura hasta el 5 de septiembre de 1887.
En una de las primeras cartas 1, don Bosco
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pregunta a la señorita Louvet, si entiende su mala
letra o prefiere que se sirva del secretario, que
es un buen calígrafo; pero la señorita debió
responderle que prefería contemplar los rasgos de
don Bosco: en efecto, no se da nunca el caso de
que nos encontremos con una pluma ajena. Tampoco
el francés de don Bosco, algo pobre de expresión y
de sintaxis debió disgustar a la destinataria,
mujer de exquisito gusto, puesto que conservó sus
cartas con tan escrupuloso cuidado.
Poseía un discreto patrimonio, pero en su
caridad nunca dijo basta; este epistolario nos
proporciona suficientes pruebas de su constante
generosidad. Fue la señorita Louvet a Turín por
vez primera, a fines de 1881, acompañada por la
señorita Deslyons y con ella se hospedó en casa de
las Hijas de María Auxiliadora, donde dejó
gratísimo recuerdo. Apenas volvió a su patria,
anunció a don Bosco su feliz llegada con un
billete de quinientos francos para sus obras. Pero
hizo
1 Turín, 5 de agosto de 1882.
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