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Excelencia Reverendísima:
He quedado avergonzado al ver cómo V. E. se ha
adelantado a enviarme unas felicitaciones, que no
merezco en absoluto.
Es mi intención cumplir por la presente el gran
deber de gratitud que a mí y a todos los
Salesianos nos incumbe. Siga dispensándonos su
protección y todos nosotros redoblaremos nuestro
((**It15.576**)) celo
para servirle y complacerle en todo lo que V. E.
juzgue que ha de servir para mayor gloria de Dios
y bien de las almas.
Espero que, si se presenta la ocasión, se
dignará aconsejar paternalmente y también
reprender, si es el caso, a nuestros salesianos.
Le suplico la gracia de su santa bendición,
mientras tengo el alto honor de profesarme con la
mayor reverencia.
De V. E. Rvma.
Turín, 30 de diciembre de 1881.
Su seguro servidor
JUAN BOSCO, Pbro.
También el año nuevo comenzó bien. El nuevo
director reunió por vez primera a los Cooperadores
de Cremona para la conferencia en el mes de
febrero de 1882.
Pero, en aquella primera manifestación solemne
de la Obra salesiana, apenas tuvo tiempo para
darse a conocer, cuando en un abrir y cerrar de
ojos se encontró envuelto en la ruina de su
Colegio. Parece que don Bosco ya presentía el
desastre; en efecto, en las vacaciones otoñales de
1881 (don Esteban Chicco había muerto el dieciséis
de septiembre) hubiera deseado que los salesianos
se retirasen de aquella ciudad. Pero se oponía el
parecer del Capítulo Superior y se rindió a él.
No podemos pasar por alto que los partidarios
del rosminianismo de Cremona servían al enemigo;
había además treinta sacerdotes perjuros que
llevaban una vida mundana y que se dedicaban en
parte a la enseñanza; en fin, el municipio estaba
dominado por la masonería. Para todos ellos, los
salesianos resultaban muy molestos.
He aquí, pues, en breve, lo que ocurrió. El
maestro elemental don Hermenegildo Musso, había
inducido a algunos muchachos a que hicieran unas
penitencías necias y extrañas, como dejarse meter
ortigas bajo la pechera de la camisa o dejar
verter las gotas de cera hirviente de una vela
encendida sobre la piel de la espalda. Era el tal
un extravagante, víctima entonces de monomanías
religiosas. La cuestión no pudo permanecer oculta
mucho tiempo. Algunos padres fueron a quejarse a
los Superiores, los cuales negaron, sin más, la
posibilidad del hecho y despidieron a uno de ellos
sin darle la debida satisfacción, lo cual motivó
que se marchara bastante molesto. Este,
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