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hasta que leyó todas. Una señora había entregado a
Malán tres francos para que don Bosco celebrara
una misa según su intención, y Malán había añadido
otros tres con la intención de hacer una
limosnita, por la casa, sin que don Bosco lo
supiera. El tomó la limosna, le miró y le dijo:
-Cela ne te privera pas? (>>No te causará
ninguna privación?)
Después se dispuso a dar contestación, a uno en
una cuartilla de papel, a otro en una tarjeta de
visita, a otro al dorso de una estampa de María
Auxiliadora, sin decir palabra. Cuando hubo
terminado aquel trabajo, le preguntó su nombre y
en el reverso de una estampa de la Virgen
escribió: O Marie, protégez votre enfant Antoine
et le conservez dans le chemin du Paradis. Abbé
Jean Bosco.
Mientras don Bosco escribía, Malán, turbado e
inquieto, hubiera querido pedir para entrar en el
Oratorio, pero no sabía cómo empezar. >>Debería
decírselo todo o sólo pedirle consejo sobre su
vocación? No se atrevía a abrir la boca, a más de
que la única vez que había hablado de ello a un
religioso francés, cuando se confesaba, había
recibido una respuesta desalentadora: <>.
Por fin dejó don Bosco la pluma, se volvió a
él, le entregó las respuestas para las personas
que le habían escrito y le dio él la estampa que
le había preparado, recomendándole que no se
desprendiera nunca de ella. Después le miró
sonriendo y le dijo en francés:
-Ya que hemos hablado de todos los demás,
hablemos algo de ti. >>Volverás pronto para
quedarte conmigo, verdad:
Malán, que no podía más, al oír aquellas
palabras empezó a sollozar, cayó de rodillas y se
esforzó por responder durante unos minutos, pero
no podía; lloraba a lágrima viva.
->>Por qué lloras?, le decía don Bosco.
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Hubiera querido responder que por haberle
preguntado si quería hacerse salesiano, que era
precisamente lo que él deseaba, pero no había
tenido valor par decírselo. Finalmente, sin
reparar en lo que decía, le preguntó si hablaba en
serio. Don Bosco, que le seguía mirando sonriente,
le respondió:
-Je dis trŠs sérieusement (Lo digo muy en
serio).
A tal respuesta volvieron a aparecer las
lágrimas. Don Bosco, siempre sonriente, le
contestó que María Auxiliadora lo quería así.
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