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estaba muy contento y sólo raras veces pensaba en
el sacerdocio. Hacia los veinte años, se volvió a
despertar en él la idea del estado eclesiástico;
pero, como sólo había ido dos inviernos, cuando
era niño, a las escuelas de los Hermanos,
verdaderamente no poseía conocimientos ((**It15.565**))
suficientes para poder ingresar en el seminario.
La única esperanza habría sido llamar a la puerta
de los Capuchinos; pero no dio un paso, dados los
tiempos que corrían de expulsión de los religiosos
de Francia.
Afligido por tantas contrariedades, recibió una
carta que lo llamaba a Italia para presentarse en
la caja de reclutamiento en su distrito de Cúneo.
La señora de Combaud, que siempre se había
interesado por su alma, le aconsejó que pasara por
Turín y visitara a don Bosco. Le explicó quién era
don Bosco y le entregó un ejemplar del libro
publicado el año anterior por D'Espiney. El joven
devoró el libro en un día y una noche. Hizo,
además, una novena a María Auxiliadora con las
plegarias sugeridas por don Bosco.
No veía la hora de partir. Al marchar, fueron
muchos los que le cargaron de recados para don
Bosco. A nadie le había dicho que él anhelara ser
sacerdote. Llegó a Turín al amanecer y corrió
enseguida a visitar a María Auxiliadora. Era el 29
de octubre. Don Bosco terminaba su misa en el
altar de san Pedro. Al bajar la grada, vio el
Santo una llamita que se desprendía del cuadro de
la Virgen e iba a posarse sobre la cabeza de un
joven desconocido, que estaba allí cerca de pie.
El Siervo de Dios se paró tras de la
balaustrada, lo observó un momento, siguió su
camino hacia la sacristía, y se puso a confesar a
los muchachos. Cuando terminó, salió al patio,
donde distinguió en medio de los jóvenes a aquel
desconocido, que había entrado por la portería y
esperaba hacía más de media hora. Una turba de
muchachos rodeó al Siervo de Dios. Malán se
adelantó y le besó la mano. El le miró y, como si
le conociera desde hacía tiempo, exclamó:
-íHola!
Después, sin darle tiempo a abrir la boca, le
dijo en francés:
-Vamos a mi cuarto; aquí no nos dejan
tranquilos los muchachos.
->>Pero usted me conoce?, preguntó Malán,
también en francés.
-Sí, vamos.
Subieron. Malán le entregó las cartas que
llevaba para él.
((**It15.566**)) La
señora no podía haber escrito nada sobre su
vocación, porque nada sabía.
Don Bosco se puso a leer las cartas y, de
cuando en cuando, le pedía noticias de la persona,
cuya carta acababa de leer. Así continuó
(**Es15.487**))
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