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Dolorosa fue también la pérdida de dos mujeres,
que hacían de madres a los hijos de don Bosco: la
señora Paulina Pollietti de Clara, y la duquesa
Ana Constanza de Laval-Montmorency, hija de José
De Maistre, fallecida en Borgo Cornalense.
Un pensamiento que, como se ha podido observar,
acompañó constantemente a don Bosco, durante su
largo viaje por Francia ((**It15.549**)) e
Italia, fue el de aumentar el número de
cooperadores y cooperadoras. La propaganda que
hacía con tan minuciosos detalles sobre la entidad
de la Obra Salesiana, tenía por fin suscitar en
todas partes muchos colaboradores, que,
compenetrados totalmente de su misión, le
facilitasen el camino en el mundo. Así continuará
haciendo hasta el fin de su vida, ingeniándose a
más no poder para que ésta su creación no fuera
inferior a las otras y arraigase profunda y
firmemente.
Otro pensamiento, que suscitaba la presencia de
don Bosco doquiera fuese, era el de su santidad.
Esta persuasión se adueñaba cada vez más del alma
del pueblo sencillo y también de las altas
jerarquías, sin excluir a los mismos
eclesiásticos, de forma que se veía crecer, de año
en año, en torno a él una veneración universal. En
Roma, y estando presente don Joaquín Berto,
mientras entraba a la audiencia con el cardenal
Bartolini, monseñor Agustín Caprara, promotor de
la fe en la Sagrada Congregación de Ritos, que se
encontraba allí esperando turno, señalándole a un
grupo de sacerdotes, les dijo:
->>Ven a ese sacerdote? Espero que estudiaremos
la causa de su beatificación y que me tocará a mí
hacer de abogado del diablo.
No tuvo el honor de hacer ese papel, pero le
corresponde la alabanza de haber comprendido quién
era don Bosco y de haberlo proclamado desde
entonces con toda franqueza.
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