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las religiosas, compadecida de él, le prorrogaba
su estancia en el hospital, ocupándolo en
trabajitos, acomodados a su edad y a su débil
constitución. Una buena mañana le llamó, le vistió
de fiesta y lo presentó a un sacerdote en el
recibidor. íEra don Bosco! Este le habló como un
padre y preguntó a la Superiora:
->>Cuántos años tiene:
-Diez y algo más, respondió ella.
-íYa!, replicó don Bosco. íEs demasiado
pequeño! Necesita comer todavía algunos
panecillos. Si es bueno, lo admitiré el año que
viene.
Don Bosco, que no prometía por prometer, al año
siguiente escribió a la Superiora del hospital,
por medio de don José Lazzero, diciéndole que, si
aquel año estaba dispuesto a irse con él, lo podía
aceptar. El muchacho fue acompañado hasta cierto
punto del viaje por un Canónigo, el cual le dijo
al despedirse:
-Cuando llegues a la estación de Turín, saca tu
pañuelo blanco y agítalo al viento. Se te acercará
un señor alto y delgado, que se llama Garbellone,
y te acompañará al Oratorio.
Todo sucedió ((**It15.547**))
admirablemente. Así llegó al Oratorio Pedro Cenci,
el maestro sastre, formador de una legión de
alumnos y que, como él se complace en repetir,
vistió a don Bosco cuando aún vivía, una vez
muerto, y cuando lo hicieron beato.
Un periódico local 1 hablaba así de la visita
de don Bosco a Rímini: <>.
Las impresiones de su visita a Rímini
acompañaron a don Bosco hasta Turín; al
encontrarse en el Oratorio con el estudiante
Francisco Tomasetti, hoy Procurador General de la
Congregación en Roma, le dijo:
1 La parola. Revista católica mensual,
filosófico-literaria, dirigida por Luis Trevisani,
presbítero. Rímini, Tip. Malvolti, año III, mayo
1882, págs. 157-8.
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