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no para sí, repetía, sino para los pobres
muchachos abandonados. El inglés le entregó cinco
mil francos en oro.
Otra curación prodigiosa se había efectuado
hacía poco en la persona de una hija de la
marquesa Godemarie, de Lyon. Afectada por varios
males la habían llevado desde Lyon a Cannes, como
quien lleva a un cuerpo muerto, con la esperanza
de que la benignidad del clima, le aliviara en la
estación invernal; pero, en seguida, empeoró tanto
que en marzo temían los suyos perderla de un
momento a otro. En tan difícil circunstancia, la
enferma pidió la bendición de don Bosco, el cual
le entregó, además, una medalla de María
Auxiliadora. Recibirla y empezar a mejorar fue la
misma cosa; por la fiesta de María Auxiliadora, se
encontraba tan bien que fue a dar gracias a la
Virgen en su santuario de Turín 1.
((**It15.509**)) Pero
el hecho más ruidoso fue el siguiente. Don Bosco,
después de haber almorzado con la familia donde se
hospedaba, fue a visitar el orfanato del Sagrado
Corazón, donde, apenas entró, vio a una señora que
lloraba amargamente, por un dolor de muelas que le
aquejaba desde hacía tres días. Don Bosco le dió
la bendición y le entregó una medalla de María
Auxiliadora. Estuvo allí el tiempo necesario y
pasó luego a las Religiosas Auxiliadoras para
predicar. Se encontró la calle llena de landoes, y
una multitud de lacayos. Al abrir la puerta de
entrada le sorprendió un espectáculo singular.
Todo un tropel de gente se arrojó a los pies del
Siervo de Dios pidiendo su bendición. Allí había
lisiados, ciegos, sordos, mudos, paralíticos,
tuberculosos, enfermos de toda clase: éste
lloraba, ése reía, aquél gritaba y don Bosco
bendecía. Pero >>y por qué tal y tanta
aglomeración en aquel convento? Cuando la
Superiora pudo acercarse a don José Ronchail, le
dijo:
-La señorita Rohland está aquí y quiere hablar
con don Bosco.
El misterio empezaba a aclararse; pero nosotros
necesitamos conocer la historia anterior.
Cuatro días antes había estado don Bosco en la
Pensión Bel Air, dirigida y habitada por
protestantes, para visitar a la señorita polaca
Rohland, de veintidós años. Ella, su hermano y una
señora eran los únicos católicos que moraban allí.
Hacía dos años que la pobrecita padecía de la
espina dorsal y no podía moverse ni menos caminar;
tenían que pasarla de la silla poltrona a la cama
y de la cama a la silla: Llamaron a don Bosco para
que le bendijera y fue, la bendijo y la sugirió
que rezara ciertas oraciones durante un tiempo
señalado, parece
1 Boll. Sal. de junio de 1882.
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