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volviendo sobre la primera impresión, tomó de
nuevo la pluma para declarar a don Bosco que, con
sus observaciones, ella no pretendía de ningún
modo obstaculizar la voluntad de Dios. Que quería,
en verdad, mucho a don Pablo Albera, que se lo
merecía; pero que, por encima de todo, ella quería
a la Congregación. Por consiguiente, que don Bosco
tomase las decisiones que juzgare oportunas.
En el mes de octubre don Pablo Albera hizo la
entrega a su sucesor; después, pensando que
todavía no había recibido ninguna orden expresa
para partir, e imaginándose que aún podría
ahorrarse una obediencia tan difícil, fue a Turín
para hablar con don Bosco.
->>Cómo?, le dijo don Bosco, apenas verle.
>>Aún no has ido a Marsella? íVete enseguida!
Y no añadió una palabra más.
Don Pablo Albera volvió inmediatamente a
Sampierdarena, fue con don Domingo Belmonte a
pasar un día en casa de la señora Ghiglini,
situada en las colinas que se extienden detrás de
la casa de San Vicente. La señora, prevenida de la
visita, había invitado allí a las principales
cooperadoras, que formaban un grupo de la nobleza
de Génova. En el momento de la separación hubo
llanto general; también él, volviendo a casa con
su compañero, sollozaba como un muchacho. Pero, al
día siguiente, ya estaba en Francia. Hubo
bastantes críticas sobre aquella orden de don
Bosco; mas la señora repetía continuamente que no
había que anteponer la persona a la Congregación.
Puede darse que don Bosco aludiese a estos buenos
sentimientos, al escribirle poco después, en una
tarjetita de presentación: <>. Era cosa sabida que él, una vez
tomada una resolución de tal género, no retrocedía
nunca ante respetos humanos.
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DIPLOMA DE COOPERADOR A UN JUDIO
En el mes de noviembre sucedió un precioso quid
pro quo. Por una simple equivocación el P. Pozzan
había enviado diploma de cooperador salesiano al
señor Augusto Calabia, judío, el cual se apresuró
a responder a don Bosco: <>.
(**Es15.396**))
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