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para que firmara; algunos, después de haber
escrito, le cambiaban la pluma para conservar como
precioso recuerdo la que él había usado.
UNA INVITACION
Continuaba siendo don Bosco un comensal deseado
por las familias nobles de Turín, aunque no podía
aceptar invitaciones con la misma frecuencia que
antes. Su conversación, edificante y amena,
alegraba los corazones afligidos y era una suerte
para los hijos 1. ((**It15.447**))
Ordinariamente aquellos señores no le dejaban
marchar con las manos vacías, sino que compensaban
la caridad espiritual con espléndida liberalidad
material para sus muchachos y sus obras.
A primeros de enero deseaba el conde de
Castagnetto 2 celebrar el año nuevo con él y
algunos amigos más; pero, sabiendo lo comprometido
que solía andar, dejó a su elección el día de la
reunión.
El conde César Trabucco de Castagnetto, que
murió el mismo año que don Bosco, antes y después
de que le nombraran senador, había tomado parte
activa en la política del <>
italiano, pero sólo hasta 1870. Católico
convencido, el dos de diciembre de aquel año habló
ante el Senado en Florencia contra la aceptación
del plebiscito de las provincias romanas y el
veintiuno de enero siguiente contra la ley de las
garantías; después, como muchos otros de la
nobleza piamontesa, se retiró a la vida privada y
se dedicó a las obras de beneficencia y a la
acción católica. Don Bosco que, a su vez, no quiso
romper las relaciones con el Gobierno establecido
en Roma, no perdió punto del aprecio y confianza
de los hombres de este modo de pensar, ya que era
evidente su honorable firmeza en dar a Dios lo que
era de Dios y al César lo que era del César.
Así, pues, respondió amablemente a la cortés
invitación:
Muy querido y excelentísimo señor Conde:
Su gran bondad deja a mi elección el día para
celebrar en su compañía el nuevo año y yo le
agradezco la invitación y la libertad de señalar
el día.
Prefiero el trece del corriente, que es jueves
y no está dedicado a la mudable luna, ni al
guerrero Marte, ni a Mercurio protector de los
ladrones, sino a J úpiter que, por ser el dios
supremo del Olimpo, debe tener un poco de
honestidad.
1 Con frecuencia iba a Borgo Cornalense, a casa
de los señores De Maistre. Cuando el conde Eugenio
le veía aparecer, exclamaba en plan de chanza:
-íVálgame con el incordio!
Fue él uno de los nobles turineses que ayudaron
a don Bosco, al principio, a enseñar el catecismo.
2 Véase M. B. Vol. XIII, págs. 331-3.
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