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pero una de ellas cuenta al Papa entre sus
defensores. Como superior prudente, >>qué deberé
aconsejar a mis subordinados? >>Qué norma práctica
de conducta darles? Yo no estaré en duda, sino que
les diré: hijos míos, seguid la opinión que
secunda al Papa, aunque sólo sea como filósofo,
como teólogo, como doctor privado. Obrando así,
además de demostrar respeto al Papa, me parece que
marchará por un camino más seguro: porque, de este
modo, uno no se equivoca o se equivoca con honor.
Monseñor Ferré no replicó; sólo murmuró:
-Me creía que don Bosco fuese de mi opinión en
esto.
Y, sin embargo, asistió por la tarde a la
conferencia, como decíamos, y después de ella,
habló elocuentemente de la Congregación y tejió
los más grandes elogios sobre don Bosco. Afirmaba
don José Bertello que nunca había oído mayores
alabanzas. Más aún, a partir de aquel día, según
atestiguan bastantes, cuando estaba ante un
salesiano, nunca más mentó a Rosmini. Un día,
después de las ordenaciones, tras el discurso
acostumbrado de exhortaciones, se puso a hablar en
privado de las ideas rosminianas, rebatiendo el
parecer contrario. Todos asentían menos dos. Al
darse cuenta de ello, les preguntó:
-Y vosotros >>qué decís? >>Por qué calláis?
Al saber que eran de don Bosco, exclamó:
-íYa comprendo!
Y cambió de conversación, mas sin dejar de
mostrarse afable con ellos.
OTRA PEREGRINACION
FRANCESA
El año 1881 visitó el Oratorio otro grupo de
peregrinos franceses, que volvían de Roma, tras
haber asistido a las canonizaciones del ocho de
diciembre. Con los tres Beatos italianos
Juan-Bautista de Rossi, Lorenzo de Bríndisi y
Clara de Montefalco, había recibido la suprema
glorificación su compatriota Benito-José Labre. El
padre ((**It15.445**))
Picard, que junto con el padre Hipólito, dirigía
la peregrinación, no podía omitir en su itinerario
de regreso una parada en Turín para visitar el
santuario de María Auxiliadora, el Oratorio y don
Bosco.
La hora de la visita a Valdocco era a las cinco
de la tarde del día quince; pero, como llegaron a
Turín por la mañana, empezaron a ir al Oratorio a
primeras horas de la tarde. Con el afán general de
poder hablar en privado con don Bosco, fueron
llegando al Oratorio casi todos, en pequeños
grupos, sin avisarse unos a otros, de modo que en
poco espacio llenaron el patio. Don Bosco, al
salir del comedor, detuvo unos instantes con los
que habían llegado los primeros; pero,
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