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Fue, pero no le encontró en casa. Lo sintió
muchísimo, porque habría querido oír algo de sus
labios y, por otra parte, no podía quedarse más
tiempo en Roma; entregó, sin embargo, en la
secretaría de la Sagrada Congregación la súplica
de don Bosco. <>.
El celo de monseñor Guarino había reclamado la
atención sobre la facultad ejercida por don Bosco
de otorgar las dimisorias a los clérigos
salesianos para las sagradas órdenes. No sabríamos
decir con precisión por qué motivo se pensó
entonces precisamente en ello; el hecho es que,
poco después de la partida de monseñor Guarino de
Roma, llególe a don Bosco una reclamación.
Con fecha del veintiocho de diciembre le
escribía monseñor Agnozzi, Secretario de Obispos y
Regulares: <>. Aunque no hemos encontrado los términos
de la respuesta, no podemos dudar de su contenido.
El 3 de abril de 1874, con rescripto firmado por
el cardenal Bizzarri, entonces Prefecto de dicha
Congregación, el Padre Santo Pío IX,
condescendiendo con una súplica de don Bosco, le
había ((**It15.430**))
concedido bondadosamente tal facultad para un
decenio. No continuó la cuestión, quizás porque se
quiso dejar que expirase el decenio o porque la
reanudación del expediente para los privilegios en
general hizo que se suspendiera la decisión sobre
un privilegio especial.
El Siervo de Dios actuó directamente en 1882
para la comunicación de los privilegios ad instar,
como se dice en lenguaje canónico. Fue también
aquel año a Roma y, al ser recibido en audiencia
privada por León XIII, defendió de viva voz su
causa. El Papa no se manifestó en contra, pero le
respondió que fuese a hablar con monseñor Masotti,
nuevo secretario de Obispos y Regulares, y le
dijese que le hablase de ello en una de las
audiencias ordinarias. Pocos días después, el
cardenal Bilio, Obispo de Sabina y muy amigo de
los Salesianos, hizo
1 Carta, Roma, 14 de diciembre de 1881.
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