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de ceremonias, cánticos y audiciones musicales.
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Después del pontifical del día veintinueve se
expuso el Santísimo Sacramento como en las
Cuarenta Horas; miembros destacados del Clero
turinés cantaron la misa en los días que siguieron
al triduo de pontificales; y no faltó un gran
funeral en sufragio de los bienhechores difuntos.
Don Bosco, en fin, no reparó en gastos, no ahorró
esfuerzos para que la manifestación religiosa
alcanzase una imponente solemnidad, aunque siempre
con vistas a la correspondiente utilidad
espiritual.
Escribía a una cooperadora francesa 1 y le
decía con visible complacencia de su corazón:
<>.
Las conocidas razones de prudencia impidieron a
los oradores hablar del Papa, a cuya memoria se
levantaba aquella iglesia. Pero suplía su silencio
la majestuosa figura, que todos admiraban al
entrar y al salir. Algo se escondía bajo cuerda,
pero no hubo desórdenes. Con razón apuntaba el
Boletín de noviembre:
<>.
Pero a quien también se debía dar gracias por
esto era a don Bosco, que había dispuesto las
cosas de modo que no dieran ocasión, ni de lejos,
a quien no buscaba mas que un pretexto cualquiera
para crear el consabido incidente y legitimar las
relativas consecuencias.
((**It15.390**)) Sin
embargo, el odio satanico, que no explotó
abiertamente, fue a desahogarse especialmente en
dos periódicos, haciendo blanco en la persona de
don Bosco. Pero conviene mirar mas a los
inspiradores ocultos, aunque aquellos artículos
constituyen para nosotros documentos de la
insidiosa dificultad contra la que no dejaba de
luchar el celo circunspecto del Beato.
No podía faltar la Cronaca dei Tribunali, que
parecía encargada de demoler por todos los medios
el crédito de don Bosco como ciudadano: en el
número del sabado, veintiocho de octubre, desfogó
su cólera
1 Carta a la señorita Clara Louvet, Turín, 2 de
noviembre de 1882.
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