((**Es15.328**)
duró desde las nueve hasta el mediodía, y más aún,
en la segunda, de las tres a las seis>>.
Hace falta, con todo, añadir que don Bosco
había hecho las cosas a su estilo. Siempre
magnífico, en medio de su pobreza, cuando estaba
de por medio el decoro del culto divino, máxime en
una gran ciudad, no había escatimado, desde el
principio el presupuesto de gastos, lo mismo en lo
tocante a las dimensiones que a la decoración del
sagrado edificio. En 1870 escribía así a su hija 1
el arquitecto conde Eduardo Arborio Mella: <((**It15.376**)) don
Bosco y hemos quedado de acuerdo; quiere una
iglesia discretamente amplia, con tres naves, y
sobre todo bonita. Lo estudiaremos. íEs un hombre
único! Para darme una idea del dinero a gastar,
acordado por la Administración, añadía con una paz
y confianza envidiables:
>>-Pero es mejor hacer las cosas bien; y, si
los gastos llegaran a doblar el presupuesto, no
importa; ya buscaremos la forma de pagarlos>>.
Quiso, pues, que el organero fabricase un
órgano de primer orden y consiguió para aquellos
tiempos una obra maestra sin miedo a ser igualada.
Llamó después para estrenarlo a artistas famosos
de Turín y forasteros, entre los cuales a Petrali
de Bérgamo y a Galli de Milán. El, sin embargo,
sólo se dejó ver el cuarto y último día. La
Gazzetta, que hemos citado, después de haber
descrito sumariamente la iglesia, el órgano y los
organistas, concluía tal como había comenzado, es
decir, hablando así de don Bosco: <>Se comprende, al verlo, que este hombre es
alguien, como dicen los amigos de más allá de los
Alpes, y, efectivamente, es fuerza reconocer que
es sorprendente lo que ha hecho y está haciendo>>.
La fiesta del estreno del órgano era el
preludio de una solemnidad mayor. Ya estaba
terminada la iglesia en todas sus partes.
Arquitectura, pinturas al fresco, decoración,
ornamentación, pavimento, altares, puerta, todo
daba la impresión de un verdadero monumento, de
forma que se sentían satisfechos los muchos que
habían contribuido con su caridad. Ya era tiempo,
por tanto, de proceder a su solemne consagración.
1 La condesa Adela de Rovasenda, madre de la
marquesa María Tarzi, que posee el original de la
carta y nos ha permitido la cita.
(**Es15.328**))
<Anterior: 15. 327><Siguiente: 15. 329>