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Don Bosco continuaba pensando en las castañas
sin dejar de mirarlas, hasta que se despertó
improvisamente. Comenzaba a amanecer.
Dijo después a Lemoyne que, durante una semana
entera, se la había repetido este sueño noche tras
noche; bastaba que se adormeciera para que
inmediatamente se presentase a su imaginación la
escena de la mujer y las castañas.
Una vez la mujer le habló así:
-Está atento con las castañas podridas y con
las vacías. Pruébalas metiéndolas en el agua
dentro de la olla. La prueba es la obediencia...
Cuécelas. Si se aprietan las podridas entre los
dedos, sueltan inmediatamente el mal humor que
tienen dentro. Tíralas. Las que están vacías suben
a flote. No se quedan abajo con las otras, sino
que quieren sobresalir de alguna manera. Tómalas
con la espumadera y tíralas. No olvides que las
buenas, cuando están cocidas, no se mondan
fácilmente. Hay que quitar primero, la corteza y
luego la piel. Entonces te parecerán blancas, muy
blancas: pero observa bien: algunas son dobles;
ábrelas y verás en medio otra piel, allí escondido
hay un juego amargo.
No se podría imaginar una comparación más
exacta para señalar las diversas calidades de
personas que conviven en una casa religiosa y cuán
difícil sea escudriñar el corazón de ciertas
personas a pesar de su bondad.
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