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el canónigo José le confió las necesidades de su
alma y recibió la siguiente respuesta.
Carísimo don José:
Me he retardado algo en responder para tener el
gusto de hacerlo yo mismo y darle a entender
cuánto aprecio sus felicitaciones y sus oraciones.
Se las agradezco, por tanto, muy de corazón y
pido a Dios las centuplique sobre usted, querido
don José, y sobre toda su familia y, de modo
particular, sobre su sobrinito, que el cielo
conserve.
Dice usted que lo encomiende a Dios para que le
ilumine para seguir la senda que le conduzca
seguro a la vida eterna. Sí, lo haré con todo mi
corazón y le ruego que pida usted lo mismo para
mí. Si el Señor le inspirase venir a pasar algún
tiempo con nosotros, lo aceptaríamos como a un
hermano que va a casa de su hermano, un dueño que
va a casa de su siervo. Hay trabajo abundantísimo
preparado también para usted. Y, por cuanto nos es
posible, no se ahorrarían las atenciones debidas a
su salud y condición.
Y puesto que usted ha tenido la bondad de
hablarme en confianza, yo también me encomiendo
calurosísimamente a sus santas oraciones y a su
santa misa. Yo estoy ocupado con asuntos muy
serios, especialmente por las misiones en el
extranjero y es verdaderamente obra del auxilio
del Cielo ((**It15.350**)) poder
salir a flote; por eso confío mucho en la caridad
de sus oraciones.
Que Dios le bendiga, mi siempre querido don
José, y le conserve en buena salud. Ruégole
extienda mis humildes saludos a toda su respetable
familia y usted considéreme siempre, como tengo el
honor de profesarme en N. S. J. C.
Turín, 27 diciembre de 1882.
Su afmo. amigo
JUAN BOSCO, Pbro.
El florecimiento del oratorio puso en confusión
a los enemigos del bien, que empezaron a revolver
Roma con Santiago contra los salesianos. Un día,
durante el recreo, atravesó el patio un disparo de
fusil, dirigido contra don Juan Bautista Rinaldi
que, por milagro, no hirió a nadie. Una noche,
manos criminales cubrieron de petróleo la puerta y
la prendieron fuego. Hasta entre los buenos hubo
incomprensiones que originaron disgustos. Con todo
esto cundía cada vez más la duda, de sin don Bosco
se llevaría a los salesianos y cerraría la casa.
Pero él, como afirma saber don Joaquín Berto en
los procesos, respondía a quien le escribía para
eliminar aquel peligro, que la casa de Faenza no
se cerraría a pesar de los esfuerzos del demonio y
de las sectas, y que prosperaría. La afirmación
del secretario queda confirmada con esta carta al
canónigo Cavina.
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