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vacaciones y querría que estuvieran conmigo y así
creo que les ocurre a vuestros Superiores. íQué
suerte la vuestra! Pero no sermoneemos.
Para concluir recomendó sus tres eses, a saber,
Salud, Sabiduría y Santidad, haciendo sobre cada
una un breve comentario.
No debemos callar que el Obispo y algunos del
Clero temían que la llegada de los Salesianos
pudiese perjudicar al seminario sobre todo cuando
estuviera abierto el colegio, por lo que el
Rector, con esta secreta persuasión, hízole
observar que el número de seminaristas disminuía
de año en año y se encomendó a sus oraciones. Don
Bosco le respondió que no tuviera miedo, porque el
Seminario de Faenza iría en aumento. Su profecía
fue tan rápida y elocuentemente confirmada por la
realidad, que el Obispo y el Rector decían que,
aunque no fuera más que por este hecho, entendían
que don Bosco era un santo.
Por la tarde, predicó a trescientos muchachos.
Narróles el apólogo de un padre que, al morir,
entregó a su tres hijos buena simiente de trigo.
Uno de ellos la guardó y no la sembró; el otro la
sembró mal y el tercero la sembró bien. La
moraleja fue que tal como se siembra, se recoge.
Más tarde dio la conferencia, que duró casi una
hora. Habló desde la tribuna, de pie, con el
bonete en la mano, ante un auditorio numerosísimo,
exponiendo la finalidad de su obra, totalmente
dirigida al bien de los muchachos. Anunció que, a
la mañana siguiente, celebraría la misa en la
iglesia de San Antonio de Padua y hablaría a las
señoras de la Conferencia de San Vicente de Paúl.
Do quiera se dirigiese para fundar una de sus
obras, don Bosco daba mucha importancia a la
colaboración de las señoras piadosas a las que
sabía excitar eficazmente en su ayuda.
En aquella misa hubo muchísimas comuniones.
Pronunció una breve plática, en la que se
congratuló con las piadosas señoras y aludió a
varias indulgencias y al modo de lucrarlas, les
habló de la iglesia del Sagrado Corazón de Roma y
les recomendó, en nombre del Padre Santo, que
dieran alguna limosna.
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Víctima de una grave enfermedad, se hallaba en muy
malas condiciones el conde Marcelo Cavina. El
enfermo y toda su familia, dada su religiosidad y
caridad, eran objeto de la veneración de la
población entera. Se hubiera querido arrancar al
cielo su curación, mediante las plegarias de don
Bosco. El Beato se acercó dos veces a su cabecera;
la segunda fue después de la función descrita, una
hora antes de ponerse en marcha.
Escribe don Pablo Taroni sobre los beneficios
obtenidos con la visita de don Bosco a los
Cooperadores, al seminario y a la familia
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