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intención de renovarlo, pues deseaba vender. Había
que desalojar la casa. Don Bosco ordenó al
Director que buscara un lugar donde acampar de
modo definitivo. No convenía adquirir aquella
propiedad, ni tampoco continuar allí, porque
existían muchas servidumbres. En las fiestas, por
ejemplo, durante los recreos había mil ojos que
todo lo contemplaban como desde un anfiteatro. Don
Miguel Rúa, en previsión de cualquier
eventualidad, ya había visitado varias localidades
por aquellos parajes, mas sin determinarse todavía
por ninguna. Don Faustino Confortóla, que seguía
las investigaciones, dio con un sitio muy
conveniente, según reconocían todos aquellos a
quienes se pedía su parecer, por su situación, por
su superficie, por lo construido y hasta por su
precio. Por la izquierda corría la calle Fray
Angélico, cerca de la calle Cimabue. El padre José
Franco, hermano del padre Segundo, jesuita también
como él y muy conocedor de la ciudad, dijo al
Director:
-Escriba a don Bosco que no encontrará en
Florencia un lugar mejor que éste para su obra y
para hacer mucho bien a la población. En esta
parte de la ciudad crece la gente totalmente
pagana. No hay iglesia, ni sacerdotes y, por
tanto, pronto no sabrán qué es religión ni qué son
los sacramentos; y, lo que es peor aún, está
astutamente rodeada por los Evangelistas que han
puesto en medio de ella su guarida y van haciendo
fáciles conquistas de toda especie. Pero, si los
Salesianos establecen allí su internado, su
oratorio, sus escuelas externas, y la iglesia para
((**It15.336**)) el
culto público, inutilizarán los esfuerzos de los
protestantes, Dios será glorificado y se salvarán
las almas. Que mande don Bosco cuatro hombres de
Dios y basta. Y diga a don Bosco que, cuando
llegue el día afortunado en que abra al público un
nuevo templo, entonces cuatro sacerdotes no darán
abasto para confesar, ya que los florentinos son
de gran rectitud y cuando conocen el bien lo aman
y lo siguen apasionadamente.
Don Faustino escribió todo esto a don Bosco el
10 de junio. El Arzobispo, por su parte, no sólo
impulsaba la compra, sino que exhortaba a no
perder tiempo, porque los protestantes no perdían
de vista a los Salesianos y, si se tardaba, podría
darse ocasión al diablo a que metiera allí sus
cuernos.
Don Boco organizó una sociedad compradora
compuesta por cinco salesianos, a los que se sumó
también el Arzobispo, representado en las actas
por un eclesiástico, mientras los otros entregaron
poderes notariales a don Faustino Confortóla. La
vendedora era la señora Juana Glotz. Las cosas se
hicieron verdaderamente deprisa; tanto que, el 5
de septiembre, estaba preparada la escritura de
compraventa
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