((**Es15.29**)
Nos despedimos en el puerto, ya que ellos
salieron dos horas antes que nosotros, que
zarpamos la misma tarde dos horas después,
augurándonos mutuamente feliz viaje. El mar estaba
precioso y aún más la luna, así que pudimos llegar
a Marsella al día siguiente por la mañana,
viernes, alegres como cuando salimos y sin las
bromas del mareo.
Tuvimos que permanecer anclados en este puerto
tres días y hasta ((**It15.21**)) tuvimos
que entrar en el dique seco para poder cambiar la
hélice. Pudimos, por tanto, saltar a tierra el
sábado, día 5, por la mañana, e ir a celebrar misa
en la capilla de nuestra casa de la calle
Beaujour.
Al atardecer, llegó de Niza don Bosco, que nos
había precedido un día en su viaje por tierra.
Don José Bologna, aunque pequeño de estatura,
mostró su gran bondad, generosidad y amor fraterno
durante los dos días que nos hospedó. Y íqué
satisfacción para nosotros los Salesianos!
Acabábamos de dejar, es verdad, a unos hermanos
queridos en Italia, y nos encontrábamos con otros
no menos queridos en Francia. Y ahora ídejaremos a
éstos, también, pero nos encontraremos a otros
queridísimos en América!
El domingo, por la tarde, volvimos a bordo y
nuestro amado padre, que se arma de valor cuando
se trata de mostrar el afecto que profesa a sus
hijos, aguantó el más furioso de los vientos
mistrales, que sacuden plantas, árboles, barcos y
hasta a las mismas personas, para acompañarnos al
bassin du radoub (la dársena), a tres cuartos de
hora de la ciudad.
Fue recibido por el señor Evasio Piaggio,
propietario del barco Humberto I, por el
Comandante y otros oficiales, con muestras de
atención y demostración de aprecio y veneración
extraordinarios. Se entabló una larga conversación
y nos sirvieron café y vino espumoso a todos los
que le acompañábamos. Después, el señor Piaggio,
persona competente y además excelente cristiano,
entusiasmado con el relato de las obras salesianas
de Europa, Francia y América, aceptó agradecido
que se le inscribiera como Cooperador Salesiano y,
más prendado que nunca de don Bosco, quiso
acompañarlo hasta nuestro camarote, en compañía
del Capitán. Reunidos allí, salesianos e hijas de
María Auxiliadora y muchos otros pasajeros,
escuchamos los últimos consejos de despedida y
recibimos su santa y paternal bendición. Santa
porque conmovió a los circunstantes; paternal,
porque llegó hasta lo íntimo del corazón de todos
sus hijos, ímuchos de los cuales se resignaron a
no volver a verlo hasta el paraíso!
Como era ya muy de noche y seguía la furia del
viento, lo acompañamos, el señor Piaggio por un
lado y nosotros por otro, hasta el muelle, donde,
providencialmente, llegaba un coche llevando
pasajeros. Y digo providencialmente, porque
hubiera resultado imposible exponerse a hacer
aquel trayecto a pie, a aquella hora y con aquel
terrible vendaval 1.
1 La misma escena la describe así don José
Bologna: (carta a don Miguel Rúa, Marsella 9 de
febrero): <(**Es15.29**))
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