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el Obispo de Valencia estaba empeñado en arrancar
la promesa de fundación de una casa en su
diócesis; lo mismo el de Málaga, que ((**It15.323**)) ardía
en deseos de encontrarse con un salesiano para
tratar de lo mismo. Don Juan Cagliero le
satisfizo, haciéndole una visita. Allí encontró
que algunos sacerdotes y señores habían comenzado
algo semejante a cuanto leían que se hacía en
Turín, Sampierdarena, Niza y Marsella; pero que
eran necesarios algunos salesianos para
reorganizar, regir y llevar adelante aquello,
según nuestro sistema educativo. Allí inscribió a
veinte Cooperadores salesianos. De cuanto oía allí
y en otras partes, sacaba la impresión de que
<> y de que existía el convencimiento de que
<>. Los últimos
acontecimientos han demostrado que la salvación de
España no estaba ya en la aristocracia, sino en el
pueblo, y que era urgente cuidarse de él.
El Arzobispo de Sevilla, como hemos visto,
alababa la prontitud de los Salesianos en
dedicarse al sagrado ministerio. La iglesia del
Carmen estaba antes desierta. Allí faltaba todo,
así que hubo que tomar prestados candeleros, velas
y ornamentos sagrados; pero, en menos de quince
días, quedó previsto todo cuanto se necesitaba
para el culto divino. Las funciones atraían cada
vez más a la gente. Primero se agolparon los
muchachos en torno a los Salesianos, y llenaron la
sacristía y el presbiterio; unos se revestían de
monaguillos, otros aprendían a ayudar a misa y
muchos se reunían para aprender la doctrina
cristiana, muy descuidada. Las madres bendecían la
llegada de los nuevos apóstoles. El marqués de
Ulloa derramaba lágrimas de satisfacción. Al
referir todo esto a don Bosco, exclamaba don Juan
Cagliero 1: <<>>Y nosotros? Ya hemos dado gracias
a la divina Providencia de que se haya servido de
los muchachos de Valdocco para hacer brillar más
su gloria y su misericordia en estas tierras>>.
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También en Portugal se interesaban por los hijos
de don Bosco. A través de la Nunciatura de Lisboa,
recibió don Juan Cagliero un sobre certificado, en
el cual le invitaba el presidente de la Asociación
protectora de los obreros a acercarse a aquella
capital para poder apreciar la gran necesidad de
acudir a salvar a los hijos del pobre pueblo.
Recibió otra carta de Oporto, escrita en nombre
del Cardenal, en la que le decía lo mucho que le
esperaban en la segunda ciudad del reino para que
se establecieran allí los salesianos sin tardanza.
1 Utrera, 1 de marzo de 1881.
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