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Hecha casi pública la noticia de la
intervención de don Bosco en el famoso proyecto,
los opositores no le dejaban en paz, sobre todo
los dos sacerdotes, que iban cada día a proponerle
modificaciones o añadiduras al proyecto. íCuánto
tiempo le hicieron perder! Pero no entraba en sus
cabezas lo razonable de sus miras. Tanta
importunidad acabó por cansar a don Bosco, que
concluyó por decirles que, si querían ellos hacer
sus veces, lo hicieran, que él ya tenía demasiadas
cosas entre manos; que había aceptado aquel
encargo, no porque tuviera especial gusto en ello,
sino por secundar los deseos del Rey. Satisfechos
de que don Bosco rindiera las armas, los dos
importunos le preguntaron si estaría dispuesto a
secundar sus planes y ayudarlos. Respondió que sí,
pero no aparecieron más por allí, y, dando de lado
a don Bosco, pusiéronse ellos a la cabeza de la
empresa. Pero les faltaban dos cosas: el ingenio
de don Bosco y la confianza de quien debía
suministrar el dinero para la lotería. Y después,
propalados de aquel modo los trámites, el Rey y
Correnti estimaron prudente no insistirle más. Así
se esfumó el bonito plan del Siervo de Dios, y la
construcción del hospital no sólo consumió los
ingresos de la Orden, sino que desequilibró en
parte sus recursos.
El 11 de noviembre se debía proceder a la
ceremonia de la colocación de la primera piedra
con asistencia del Rey. Su Majestad deseaba
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ver a don Bosco. Por ello, quería a toda costa
Correnti que don Bosco actuara en aquella función,
pero éste insistió tanto que, venciendo sus
repugnancias, lo persuadió de que convenía pasar
por encima de las propias antipatías e invitar al
Arzobispo. Entonces Correnti, esperando poderlo
presentar al Rey en aquella ocasión, fue
expresamente al Oratorio y no quiso marcharse
hasta que no arrancó al Beato promesa formal de
asistir. Pero la promesa estaba condicionada a
que, si como se decía, acudía a la ceremonia
Baccelli, ministro de Instrucción Pública, en
representación del Gobierno, no pronunciase ningún
discurso. Porque, en efecto, era de esperar que,
hablando, se permitiera retóricas anticlericales y
antipapales que repugnaban a don Bosco, sobre todo
en quien había sido súbdito pontificio y profesor
de la Universidad pontificia de la Sabiduría. No
resulta fácil para nosotros entender hoy cuánto
pudiera comprometer antaño ante los católicos el
contacto de un eclesiástico con tales hombres,
cuando perduraba punzante en los espíritus el
dolor de la cuestión romana. A don Bosco se le
aseguró que Baccelli no iría a Turín, y, en
efecto, pese a que se afirmaba hasta el último día
que llegaría, Baccelli no se movió de Roma 1.
1 L'Unit… Cattolica del 11 de noviembre, en un
artículo sobre la inminente ceremonia,
(**Es15.276**))
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