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escuela de artes y oficios; pero, ni siquiera
entonces se encontró la manera de ponerse de
acuerdo.
De Agira, ciudad de veinte mil habitantes,
situada en el corazón de la isla y perteneciente a
la diócesis de Nicosia, hay un montón de cartas,
desde febrero de 1877 hasta mucho después de la
muerte del Beato. Dos cosas hay que destacar en
ellas: la constancia del reverendo Felipe Julio
Contessa, intentando conseguir una casa salesiana
para su patria chica, y el deseo de don Bosco y de
don Miguel Rúa de contentarlo, sin que llegaran a
unas bases aceptables. El Siervo de Dios escribió
sobre la primera carta: <>. Pero, ni la
primera oferta ni las siguientes fueron capaces de
eliminar las incertidumbres de aquel <>.
No satisfecho de afanarse por su cuenta para
conseguirlo, quiso el reverendo Contessa ((**It15.301**)) que
mediara también el alcalde de Leonforte, otra
ilustre población de la misma diócesis. Hubieran
querido en ella un colegio semejante al de
Randazzo, adonde iban a estudiar muchos chicos de
Leonforte; se deseaba, además, que los Salesianos
se encargaran de las escuelas municipales. Como
siempre, faltaban condiciones que ofrecieran
confianza. Desde el primer Capítulo General en
adelante, se procedía cada vez con mayor cautela
al emprender nuevas fundaciones.
B A R I
Alejándonos ahora de la isla del sol, vayamos
al continente, a la capital de la Apulia. Durante
los años 1880 y 1881, hubo un intercambio de
correspondencia para una fundación en Bari. Una
viuda de esta ciudad, María Cal_-Carducci, que
vivía en Guarnieri, había ido con su hija a Turín,
en octubre de 1878, para visitar a don Bosco:
éste, al verlas tan piadosas y caritativas, las
hizo cooperadoras salesianas. Cuando volvieron a
casa, se impresionaron ante el estado de abandono
moral de la juventud y ofrecieron una casa suya,
situada en la parte antigua de la ciudad, para que
se abriese allí un oratorio festivo. El Arzobispo,
monseñor Francisco Pedicini, muy angustiado por la
difusión del protestantismo en su diócesis y
ansioso de poner a salvo a tantos pobres
muchachos, no vio más arca de salvación que el
oratorio; por lo que reiteró también sus súplicas.
En la cuaresma de 1881, fue monseñor Belasio a
predicar allí, y don Bosco le encargó que visitara
la casa y le diera después su opinión. También él
confirmó la apremiante necesidad que allí había de
los Salesianos, especialmente para los niños. Pero
siempre lo mismo: no se podía enviar tan
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