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Un poco tarde, si se quiere, pero un buen día
salió a flote la verdad. Esto sucedió el año 1917,
cuando Sorasio confesó humilde y francamente lo
que había sucedido. En la introducción explicaba
la razón de tal confesión:
<>.
Y el hecho personal fue éste. El año 1881,
Sorasio era secretario de la Curia. Cierto día, el
canónigo Chiuso, secretario del Arzobispo y
Canciller, le dijo que, en su calidad de promotor
de la mesa (rentas eclesiásticas), debía hacer una
instancia al Abogado fiscal, canónigo Colomiatti,
para que iniciara una causa contra don Bosco, como
autor de los famosos opúsculos. Le contestó
enérgicamente que le parecía imposible que don
Bosco hubiera caído en semejante bajeza, que tenía
muchas otras cosas que hacer para poder dar de
comer a los muchos jóvenes del Oratorio, de los
colegios y de las misiones; que le parecía,
además, incapaz para tratar temas filosóficos,
como los que formaban la materia de uno de los
opúsculos; y, como había sido condiscípulo de
Chiuso cuando estudió moral, tuvo, además, el
valor de decirle:
-Mira, ahora don Bosco es un coloso tal que nos
aplastará a todos.
((**It15.283**)) El
canónigo Chiuso, impresionado por este lenguaje,
le respondió:
-íEntonces tú sabes quién es el autor!
Le contestó que no lo sabía, pero que
sospechaba del padre Rostagno, jesuita, pues, en
una ocasión, le había oído decir:
-íYa ajustaremos nosotros a vuestro Arzobispo!
Como no pudiera Chiuso sacar más, lo envió a
Colomiatti, el cual le repitió la misma invitación
o mandato y recibió las mismas respuestas, menos
el juicio sobre el coloso. Entonces Colomiatti le
preguntó con aire de seguridad:
->>Y si lo condenáramos?
El otro se encogió de hombros y terminó
diciendo que, en tal caso, se sometería a la
sentencia, debiendo suponer que había muchas
pruebas, y tan claras y seguras, que se le pudiera
imponer el castigo. En
(**Es15.251**))
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