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hemos incurrido en la censura de los dos extremos.
Un periódico impío de Turín que, si hubiera podido
encontrar algo de burla respecto a profanación, no
lo hubiera callado, nos hizo una guerra despiadada
por ser papales; y ahora me entero de que nuestro
Arzobispo sigue atormentándonos como profanadores
del templo>>.
Este <> debe hacer
alusión a otro hecho de fecha no lejana. En
Valsálice era profesor de alemán el caballero
Besson, protestante convertido y presidente de un
círculo muy popular, llamado Entusiasmo Católico.
Un día fue invitado por el Arzobispo a comer con
él. El invitado tuvo que aguantar, del principio
al fin, una conversación ininterrumpida sobre don
Bosco, los Salesianos, sus colegios y sus
tribulaciones. Pero lo peor fue después.
Levantados los manteles, llamó el Arzobispo aparte
al profesor y le dijo:
-Usted trata mucho con el Colegio de Valsálice
y debe saber algo. Dígame, pues: >>es verdad que,
entre los profesores de ese colegio, se cometen
inmoralidades?
Ante semejante pregunta, aquel señor,
dolorosamente sorprendido y escandalizado, lo negó
categóricamente y, después informó de palabra y
por escrito, al director manifestando su gran
disgusto.
Otros hechos poco benévolos serían las
dificultades puestas para la consagración de la
iglesia de San Juan Evangelista, como en su lugar
diremos. Pero no debemos callar aquí la última
pastoral para la cuaresma. Había en ella dos
páginas, precisamente las últimas, llenas de
claras alusiones ((**It15.262**)) a don
Bosco y los Salesianos, y con la obligación
expresa de leerla por entero y explicarla al
pueblo; no obstante, algunos la leyeron, omitiendo
la última parte 1.
En suma, cuanto más nos adentramos en este via
crucis, cuyo epílogo narraremos en el capítulo
siguiente, tanto más comprendemos la forma trágica
que don Bosco dio a la expresión de su dolor,
cuando el 1882 dijo a Colomiatti y a quien le
acompañaba, rogándoles se lo refirieran a
Monseñor:
-Ya sólo nos falta que nos clave un puñal en el
corazón.
Pero nunca se desalentó, sino que siempre
confió mucho en Dios y en la justicia de su causa.
Unos años después le manifestaba don Joaquín Berto
su pena, porque, en el transcurso de tanta guerra,
no se hubiese combatido siempre a cara descubierta
y se hubiera tenido que recurrir a estrategias
encubiertas para combatir al adversario con sus
mismas armas. Don Bosco le dejó hablar y, al
final, le respondió:
-Fue el Señor quien ha guiado todo.
1 Apéndice, doc. 36.
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