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escrito que el Rvmo. señor Arzobispo, en vez de
limitarse a exponer argumentos para probar la
licitud de la suspensión que ha impuesto a dicho
sacerdote salesiano, implica en la cuestión a mí
mismo y a la humilde Congregación Salesiana,
acusándonos de la publicación de unos opúsculos
que nada tienen que ver con nosotros, apoyándose
en meras conjeturas y aseveraciones sin ningún
fundamento.
Y, como la causa ha de tratarse en plena
asamblea de los Eminentísimos Padres el 17 del
corriente, y, en tan breve espacio de tiempo y en
medio de las serias preocupaciones que tengo estos
días con la ya dicha expedición de misioneros, no
me es posible dar todas las debidas aclaraciones,
ni defenderme a mí y a mis súbditos, como es mi
obligación de conciencia, pido, por tanto,
humildemente que la Sagrada Congregación quiera,
en su próxima reunión, dedicar su alto juicio
solamente al punto de la suspensión impuesta, hace
casi tres años, al reverendo don Juan Bonetti y no
a las acusaciones que le son ajenas.
Me parece razonable mi súplica: 1.° Porque los
citados opúsculos no fueron causa de la suspensión
que motivó esta cuestión, ya que entonces aún no
existían. 2.° Porque, según refieren los que han
leído esos opúsculos, no contienen nada contra las
buenas costumbres, ni contra la disciplina
eclesiástica; es más, se dice que son ortodoxos y
que sólo combaten ciertas doctrinas y ciertos
actos que no son conformes con las sabias
intenciones de la Santa Sede. 3.° Porque, para
enjuiciar rectamente si el que ha tomado parte en
la redacción de tales opúsculos es culpable o no,
se necesita, primero, saber si son buenos o malos
los mismos opúsculos. Hace tiempo, el señor
Arzobispo pretendió que yo hiciera una declaración
para desaprobarlos y, aun más, condenarlos; mas,
precisamente por miedo a desaprobar lo que debiera
ser aprobado, me negué a firmar cualquier
declaración en contrario y no permití que lo
hiciera ninguno de los míos, cosa que molestó
mucho al Arzobispo.
Y, como quiera que estos opúsculos fueron
leídos y aún se leen, y han suscitado dudas de
conciencia, tengo intención de escribir a Su
Santidad y rogarle humildemente que los haga
examinar y dar un juicio autorizado para norma de
los que los han leído o tuvieren que leerlos.
Mientras tanto, como al vuelo, comienzo por
declarar que yo no he tomado parte alguna en la
redacción ni en la edición de estos libritos, ni
tampoco he dado ninguna orden a propósito.
Por tanto, protesto contra el relato referido
que se lee en la página 47 de dicho escrito del
Rvmo. contradictor. Este relato ha sido
sustancialmente falseado. Por el contrario, he
aquí cómo fue la cosa.
Hace ya algún tiempo, el padre Antonio
Pellicani, exjesuita, habiendo venido a nuestra
tipografía de Turín para que se le imprimiera una
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suya, se llegó hasta mi aposento. En la
conversación salieron a relucir ciertos hechos
notorios en la archidiócesis, que daban pie a la
murmuración y no parecían redundar a mayor gloria
de Dios y bien de las almas. El padre Pellicani
dijo:
-Sería bueno escribir estos datos y enviarlos
al Padre Santo, a fin de que estuviera plenamente
informado de cómo van las cosas y pudiera
remediarlas.
Yo le dije:
-Padre, usted tiene tiempo. Escriba usted mismo
a Su Santidad.
Eso es todo. Dije que escribiera, sí, pero al
Padre Santo. Por tanto, no es verdad que yo haya
exhortado y rogado al padre Pellicani que
escribiera y publicara libelos; no es verdad que,
cuando apareció aquella publicación, me haya
encontrado con el Padre y le haya dicho que,
después de haberlo rechazado él, me encontré otro
que se encargó de escribir los deseados opúsculos.
Basta tener un poco de buen sentido para
(**Es15.219**))
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