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al menos disipar las sospechas malignas,
despertadas en su contra y con desdoro para toda
la Congregación. El gran espantajo podría ser que
estuviera de por medio la autoridad arzobispal;
pero este efecto podría evitarse muy bien,
haciéndole predicar algunas veces en las iglesias
de Chieri o dándole por escrito la facultad
general para confesar en los centros femeninos de
la diócesis, cuando fuera llamado para ello.
El cardenal Nina respondió con un dilema a las
observaciones de don Bosco 1. Una de dos: o don
Juan Bonetti podía en conciencia y jurídicamente
defenderse de la pretendida complicidad en
((**It15.197**)) los
opúsculos contra el Arzobispo, y entonces su
honor, lo mismo que el de toda la Congregación,
exigía que no se diera lugar a ninguna
transacción; o don Juan Bonetti no estaba
totalmente tranquilo y por circunstancias
incidentales, aun ajenas a él, podía presentir ser
envuelto en alguna complicidad, hasta indirecta,
y, en tal hipótesis, le parecía que no dejaba de
ser conveniente un acto de perdón bien redactado y
motivado, con el que quedara manifiesta la
realidad del hecho y sus verdaderas
circunstancias. Hecha esta observación,
continuaba:
<>.
No sabemos explicarnos cómo un Cardenal que,
después de tantas pruebas de afectuoso aprecio a
don Bosco, empleaba expresiones de este género,
pudiera manifestarse el 8 de febrero en términos
que justificaran las palabras que entonces
escribió Colomiatti a su Superior: <> 2.
Desde Niza don Bosco envió la carta de Su
Eminencia a don Juan Bonetti, que estaba
predicando en Aosta. Y éste, al observar que los
adversarios estaban con temor por no tener la
razón, encomendó a don Miguel Rúa que se
mantuviera firme en la reparación del honor
lesionado con una suspensión no canónica, y en una
reparación sin condiciones de perdón, porque la
hipotética falta de respeto no era
1 Carta, Roma, 16 de marzo de 1881.
2 Carta, Roma, 8 de marzo de 1881.
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