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y hermano del testador, que, durante tres años,
esparció por la ciudad de Génova y sus alrededores
verdaderas nubes de octavillas. El último
lanzamiento fue en el mes de diciembre del 1881 y
se enviaron ejemplares a muchos personajes,
obispos y cardenales. Tenemos ante los ojos uno
dirigido al Cardenal Vicario, quien lo remitió a
don Francisco Dalmazzo. Por fortuna, la vulgaridad
del lenguaje y la incapacidad de la exposición
descalifican, por sí mismas, la denuncia contra
<>, obrador de
<>. Pero >>quién puede medir
el efecto de una calumnia, por disparatada que
sea:
Y de una mera calumnia se trataba. Don Angel
Ricchino, capellán de la iglesia de Nuestra Señora
de las Gracias, en Sampierdarena, cayó enfermo por
una. excrecencia en un pie y tuvo que pasar varios
años en cama sin poderse mover. Durante todo este
tiempo, don Pablo Albera enviaba gratuitamente
todos los domingos dos sacerdotes para celebrar la
misa, confesar y predicar en su iglesia; incluso
él mismo iba frecuentemente a casa del enfermo
para asistirlo y animarlo. Cuando llegó el momento
de proceder a la operación quirúrgica de amputarle
el dedo pulgar del pie, don Pablo Albera fue el
único que estuvo a su lado para aliviarle la
angustia que le causaba la aprensión de la
intervención.
Una persona de autoridad, pero poco prudente,
le había presentado como una obligación de
conciencia someterse a tal operación; por lo que
el pobre enfermo se torturaba con la idea del
deber y el miedo a las consecuencias. Don Pablo
Albera comenzó por librarlo de aquella tortura
moral, asegurándole que no existía tal obligación;
después, poquito a poco lo indujo a someterse al
parecer de los médicos. Pero era demasiado tarde.
Y el paciente, a las puertas de la muerte, quiso
recompensar de algún modo la caridad de quien le
había asistido y, al mismo tiempo, proteger a su
hermana para que ((**It15.182**)) no se
quedase sola en el mundo. Confió la hermana a don
Pablo Albera, que la colocó en las monjas, y a él
lo nombró heredero universal en el testamento,
aunque no se trataba de una gran herencia.
Pero he aquí que apareció el hermano don Pablo
y lo impugnó. Aquel sacerdote de conducta
misteriosa, como lo demuestran los procesos que
debió sostener, impugnó la validez del testamento;
él, que no había ido ni siquiera a visitar al
hermano enfermo, hasta que no supo que estaba en
las últimas. Presentó, pues, la razón de que don
Pablo Albera no era verdadero heredero, sino
fiduciario, o sea, persona interpuesta a favor de
don Bosco, y los tribunales sectarios cedieron.
Pero, antes de conseguir la sentencia, >>qué no
hizo el desalmado
(**Es15.165**))
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