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Pero don Bosco necesita para esto de vuestra
caridad; necesita que le entreguéis lo superfluo,
que ya él sabrá usar para mayor gloria de Dios y
de la Virgen Santísima y para salvación de las
almas, especialmente de la juventud.
Por tanto, para concluir, os diré: tengo que
irme de Florencia, pero os dejo a mi
representante, el Director del oratorio antes
aludido. Volcad en sus manos, conforme a las
posibilidades que Dios os ha dado, limosnas con
largueza, y así mis deseos, que son los vuestros,
se realizarán: se salvarán muchas, muchísimas
almas, y, como dice San Agustín, salvando las
almas de vuestros prójimos, habréis asegurado la
salvación de la vuestra.
A la conferencia acudieron también clérigos de
algunos seminarios, deseosos de conocer al Siervo
de Dios. Uno de ellos, monseñor Joaquín Bonardi,
obispo de Pérgamo y auxiliar del cardenal
Mistrangelo, recordaba la suave impresión
experimentada entonces al saludarlo, besar su mano
y oír su palabra sencilla, pero llena de unción.
Pese a algunas contrariedades, de las que
habremos de hablar, don Bosco tenía tanta fe en la
Providencia que, al partir ((**It15.161**)) para
Turín, encargó al Director que no cejara; que
pensara no solamente en construir un colegio, sino
también una iglesia al lado, digna de la gran
Madre de Dios y de la piedad de los buenos; que él
estaba dispuesto a hacer por los florentinos todos
los sacrificios posibles 1.
No parece que sucediera ningún suceso
extraordinario en Florencia. Don Miguel Rúa, en su
carta a don José Lazzero, alude solamente a un
retraso desagradable, pero providencial, en la
partida durante el primer viaje: aquel
contratiempo permitió a don Bosco recibir un
notable donativo que no esperaba. En Roma, en
cambio, sí que había sucedido algo, pero sin ruido
de ninguna clase.
Los hechos, según don Francisco Dalmazzo,
fueron dos. En uno de ellos, casi se multiplicaron
verdaderamente las gracias. Con la bendición de
María Auxiliadora, devolvió don Bosco la salud a
una señora. A poco encontróse ésta con unos
conocidos suyos que eran protestantes, y, al
preguntarle cómo había salido de la grave
enfermedad tan de repente, contó lo que le había
sucedido. Ellos, que tenían una hija muy enferma,
sin cuidarse de prejuicios religiosos, decidieron
llevarla a don Bosco. El Beato la bendijo y la
muchacha curó. Su madre, llena de satisfacción,
iba diciendo:
-íEsta es la equivocación de nosotros, los
protestantes, no honrar a María!
En 1885, recibió don Bosco una carta de aquella
familia, comunicándole la conversión de todos sus
miembros al catolicismo.
1 Carta de don Faustino Confortóla a don Bosco,
Florencia, 10 de junio de 1881.
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