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encima lo restante, reprodujo casi a la letra lo
que dijo sobre la limosna, uno de los temas
preferidos de don Bosco, especialmente durante el
último decenio de su vida, lo mismo cuando
predicaba que cuando hablaba o escribía; más aún,
casi en vísperas de su muerte, se sintió en la
obligación de escribir un libro a propósito sobre
esta materia. En un tiempo, en el que la humanidad
se engolfaba cada vez más en el egoísmo y en la
febril búsqueda de bienes materiales, don Bosco
hizo cuanto supo y pudo para ayudar al mundo a
emplear bien lo superfluo. Les dijo a los
florentinos:
Me preguntaréis cómo tener dinero superfluo
para dar limosna, en los años críticos que corren,
cuando no se sabe cómo tirar adelante. Y yo os
respondo con franqueza que todos tenemos algo
superfluo para dar a los pobres y favorecer las
obras benéficas: basta quererlo. Hay superfluidad
en las casas, en el lujo que en ellas se ostenta.
íCuántos muebles, cuántos objetos preciosos y
superfluos! Superfluidad en caballos, coches y
provisiones. Superfluidad en las personas de
servicio, en los vestidos, en la comida y hasta en
muchos bolsillos. Ahora bien, según el precepto
del Señor, lo superfluo se debe dar a los pobres.
Algunos hacen un problema sobre la cantidad que
deben dar como limosna de lo superfluo; dicen unos
que la quinta parte; otros que la cuarta y hay
quien dice más y quien menos. Yo creo que el
problema está resuelto con las palabras del
Evangelio, que no pueden ser más sencillas ni más
claras: Quod superest, date eleemosynam, lo que os
sobra, dadlo como limosna.
Y, entre aquellos a quienes debéis dar vuestra
limosna, están esos muchachos pobres y
abandonados, que vagan sucios, descalzos y
harapientos por las calles de vuestra propia
ciudad, que viven pordioseando y se amontonan de
cualquier modo por la noche en ciertos albergues,
sin nadie que se apiade de sus cuerpos ni de sus
almas. Crecen en la ignorancia de las cosas de
Dios, de la religión y de sus deberes ((**It15.160**))
morales; se hacen blasfemos, ladrones, impúdicos,
viven engolfados en todos los vicios, son capaces
de cualquier acción criminal, y muchos de ellos
acaban desgraciadamente en manos de la justicia,
que los arroja a que se pudran en una cárcel, o
caen, lo que es peor, en brazos de los
protestantes. Estos ya tienen abiertos en
Florencia muchos albergues, donde la pobre
juventud, deslumbrada por el brillo del oro y mil
promesas engañosas, después de haber perdido todo
otro bien y pisoteado toda otra virtud, arrojan
lastimosamente su fe.
Hechos similares los tenéis cada día ante
vuestros ojos. Vosotros mismos me habéis contado
cómo los protestantes ya han envuelto en sus
redes, con dinero y regalos de todo género y
prendas de vestir o comestibles, a muchos
jovencitos y jovencitas, hasta familias enteras
que, como vosotros decís, se han vendido a los
enemigos de nuestra fe, a los emisarios de
Satanás.
>>Cómo remediar tanto mal e impedir sus
lamentables consecuencias? Don Bosco ha venido
para esto a Florencia, accediendo a las
invitaciones de S. E. Rvma. el señor Arzobispo, y
de los Cooperadores y Cooperadoras. Don Bosco ya
ha abierto un oratorio festivo en Florencia,
precisamente en la calle Cimabue, n.° 31. Don
Bosco quisiera abrir, además, un internado donde
recoger a muchos pobres niños abandonados,
salvarlos de la corrupción de costumbres y de la
pérdida de la fe, y educarlos de modo que lleguen
a ser buenos ciudadanos y verdaderos cristianos.
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