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El Siervo de Dios convocó, según costumbre, en
Tor de'Specchi, a los Cooperadores romanos, la
tarde del 12 de mayo. El periódico L'Aurora, del
día 13, daba relación de la conferencia y hacía
notar que don Bosco tenía aspecto del cansado, y
que su palabra era pausada. Asistía el Cardenal
Alimonda. El mismo periódico resume así su
conferencia:
Después de anunciar que el Sumo Pontífice
enviaba una bendición especial a todos los Señores
que asistían a la reunión, dijo que hablaría de la
obra de los Salesianos en general y, después, de
la iglesia del Sagrado Corazón. Las casas de los
Salesianos, desde el año anterior, habían
aumentado. Las misiones de la Patagonia
prosperaban. Se habían consolidado y aumentado las
fundaciones de Nizza, Ventimiglia, La Spezia,
Lucca, Florencia; donde los nuevos centros
fundados prosperaban junto a instituciones
similares, abiertas por los protestantes, y
lograban paralizar sus perniciosos efectos y
arrebatar almas al reino de Satanás. Juventud y
porvenir son una misma cosa, según frase de
Dupanloup, y se puede augurar a Italia un porvenir
sereno, si esta obra benéfica de educar y salvar a
la juventud, mediante la ayuda de los Cooperadores
Salesianos, toma nuevo incremento.
Y, pasando a hablar de la iglesia del Sagrado
Corazón, dijo que había sido un acertado proyecto
levantar sobre la colina del Esquilino, consagrada
otrora a las deidades de los gentiles, un templo a
la divina Clemencia, esto es, al Sagrado Corazón
de Jesús. Y, así como un día estuvieron allí las
excubiae, o centinelas, convenía que surgiese un
establecimiento donde se educaran los centinelas,
destinados a velar por la salvación de las almas.
El egregio Padre Maresca había comenzado las
obras con celo. Y los Salesianos las continuarían.
Hasta sesenta y seis centros protestantes,
salones, escuelas y grandiosos hospicios estaban
haciendo en Roma labor de captación de las almas,
disputándoselas a la fe católica, siendo muchos
los que, deslumbrados por la promesa de trabajo y
fáciles concesiones, se han dejado seducir.
Convenía poner una valla a dicha propaganda y
recoger a estos jóvenes sin padres, sin
protectores, sin pan, de cualquier parte de Italia
que sean; y, por tanto, se debía levantar, junto a
la iglesia del Sagrado Corazón, un asilo donde
albergar y educar por lo menos a quinientos
muchachos. Con este fin, acudía a la caridad de
los Romanos, que, si hasta entonces habían sido
generosos y le habían ayudado a hacer el bien en
otras ciudades de Italia, hoy deberían tenderle la
mano para que no se echara de ver en Roma que los
protestantes despliegan con solicitud energías y
tesoros para el triunfo de la herejía, mientras
los Romanos se muestran desidiosos e impotentes
para el triunfo de la fe. Terminó diciendo que
para ((**It15.158**))
alentarlos a esta caridad, el Eminentísimo
Cardenal Alimonda había aceptado amablemente la
invitación de dirigirles la palabra y que él se
consideraba feliz, al ver que el elocuente
Purpurado trataba la causa de los Salesianos.
El Cardenal Alimonda, al hablar de los
Salesianos, expresó el siguiente juicio: <(**Es15.145**))
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