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señora, haciendo de tripas corazón, dijo a su
marido que había visto a don Bosco, el cual le
había prometido que rezaría por toda la familia y
que le ofrecía aquella medalla. Entonces él,
enrojeciéndosele el rostro, exclamó:
->>Una medalla?
Y así diciendo salió del comedor y se retiró a
su habitación. La mujer, llena de terror, lo
siguió. El marido, al encontrarse cara a cara con
ella, se echó a llorar, dijo que ya era tiempo de
acabar, la abrazó y prometió que, en adelante,
sería otro. Al día siguiente, con estupor de
cuantos les conocían, fueron juntos a misa; en
suma, la paz había vuelto a aquella casa. Don
Pablo Albera aseguraba por propia experiencia la
eficacia de la sugerencia dada por don Bosco.
De la correspondencia ya referida se desprende
claramente que, si esta vez, quiso don Bosco por
compañero de viaje a Roma a don Miguel Rúa, tuvo
sus buenos motivos. El más importante se
relacionaba con la iglesia del Sagrado Corazón.
Había que conocer los contratos estipulados por la
administración anterior con los proveedores,
entenderse con los arquitectos, examinar los
planos del colegio, estudiar todos los medios para
conseguir el dinero necesario: trabajo inmenso en
el que don Miguel Rúa le ayudaría eficazmente, de
modo que le dejase en libertad para atender otros
asuntos. Y, entre éstos, ocupaban primer lugar los
trámites para conseguir los privilegios y acabar
la voluminosa cuestión de don Juan Bonetti con los
asuntos de Chieri 1. Sentimos, sin embargo, que el
conjunto de informaciones recogidas acá y allá no
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proporcionada al cúmulo de asuntos que don Bosco
trató; más aún, hasta nos faltan noticias de cosas
que no tenían por qué quedar envueltas en la
sombra de un prudencial silencio. El único
informador debería haber sido don Miguel Rúa, pero
sólo tenemos una carta suya y tres cartitas
telegráficas para don José Lazzero. Evidentemente
andaba preocupado con otros cuidados muy distintos
de los de enviar noticias a Turín.
Hicieron una parada de tres días completos en
Florencia, a donde llegaron al anochecer del 16 de
abril, vigilia de la Pascua. Desde el 4 de marzo
vivía allí don Faustino Confortóla, en la calle
Cimabue, en una humilde casita 2, a la que
procuraba atraer el mayor número posible de
muchachos para el catecismo diario y el oratorio
festivo. La casa era tan pequeña que no tenía
espacio para albergar a nadie; así que don Bosco
siguió aprovechando la hospitalidad que le había
ofrecido la
1 Véase M. B. Vol. XIV, pág. 203.
2 Todavía puede verse, en el número 31.
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