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((**Es15.132**) La señora caminaba expeditamente, después de tantos años sin haber dado un paso. Acompañó a don Bosco hasta la puerta de la calle, y le dijo que iría a la estación a despedirlo; pero él le recomendó que no se dejara ver en la ciudad para no llamar la atención. Volvió a casa del canónigo Fabre y allí, como un padre habría hablado con su hijo, contó lo sucedido a don Francisco Cerruti con toda ingenuidad, observando por fin: -Siento, sin embargo, que la señora quiera ir a la estación. íSe va a armar un gran ruido! Paciencia: hágase la voluntad de Dios... Pero estoy contento, querido Cerruti, prosiguió con una bondad que conmovió hasta las lágrimas al Director, estoy contento de que tú, en medio de tus penas, tengas este alivio. Cuando cantes el himno de San José, al llegar a las palabras miscens gaudia fletibus (alternando alegrías y dolores), dilo despacio: es la historia de esta vida. La noticia del suceso conmovió también a la sobrina del canónigo, que se presentó muy humildita al Siervo de Dios y, puesta de rodillas a sus pies, le pidió perdón por lo ocurrido durante la comida. íQué sorpresa más grande, cuando llegó la hora de dirigirse a la estación! La noticia del prodigio había corrido por la ciudad como un relámpago y atrajo a mucha gente para ver a don Bosco. La señora, que había precedido a don Bosco en un coche, paseaba tranquilamente a la entrada; todos la contemplaban estupefactos y, sin casi prestar fe a sus propios ojos, le preguntaban si era ella verdaderamente la señora María. <((**It15.142**)) la vi, depuso en los procesos don Francisco Cerruti, y confieso que daba la impresión de una persona que nunca hubiera estado enferma: tan buen aspecto tenía>>. La señora esperaba a don Bosco para renovarle su agradecimiento. El Beato, apenas llegó, quería retirarse a la sala de espera para librarse de la muchedumbre, lamentándose con la señora de que no le hubiese escuchado y suplicándola que volviera a su casa. La señora dio sus disculpas y le entregó un sobre cerrado, que contenía un billete de mil liras. La sala se llenó inmediatamente de personas. Llegó el tren, y el abogado Ascheri pidió en alta voz a don Bosco que diera su bendición a los presentes. Todos se arrodillaron para recibirla. Y, después de bendecirlos, subió con don Francisco Cerruti al tren, directo a San Remo. Los pasajeros, llenos de curiosidad, habían querido saber en la breve parada el porqué de tanto gentío y, cuando el tren se puso en marcha, todos hablaban de lo visto y daba cada cual su opinión. Un joven del departamento de don Bosco exclamó: -Yo no creo en los milagros ni en Dios. (**Es15.132**))
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