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-Mira, vete en seguida a ver si puedes hablar
con el Ministro Coppino o, por lo menos, con el
Secretario General el comendador Bosio.
Por ciertas frases de su interlocutor, quedó
don Bosco seguro de algo en lo que siempre había
dudado mucho. Todos los años se presentaban unos
treinta alumnos del Oratorio al examen de reválida
de bachillerato compitiendo con los alumnos de las
escuelas oficiales y no raras veces superandolos.
Este éxito, que daba en los nervios a ciertos
magnates, despertó envidias, dio lugar a celos y
creó enemigos entre los que no podían tolerar que
los institutos públicos quedaran tan mal, en
comparación con las escuelas de don Bosco. Esta
era una de las causas de la guerra.
Don Bosco, ateniéndose al consejo del señor
Barberis, fue a ver al comendador Bosio,
Secretario General del Ministerio de Instrucción
Pública; cualquier intento ante el ministro
Coppino era como pedir peras al olmo; la
experiencia del pasado demostraba la inutilidad de
este recurso. El Comendador quedó encantado de
recibir en su despacho a don Bosco, a quien
deseaba ardientemente conocer; le entretuvo dos
horas y le dio útiles consejos sobre cómo
conducirse con respecto a los profesores.
Mientras don Bosco subía y bajaba tantas
escaleras en Roma, ((**It14.96**)) el
Delegado de Turín presentaba al Consejo
escolástico el día 25 de marzo la relación oficial
de la segunda inspección, que él había hecho al
Oratorio.
<>.
El profesor, que <> era don
Marcos Pechenino, el autor de los diccionarios
griegos y de las todavía buscadas Formas verbales.
Este, al salir del Oratorio después de aquella
inspección, cometió la imprudencia de decir a un
individuo a quien creía amigo suyo:(**Es14.90**))
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