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((**Es14.86**) su poco buena impresión; sin embargo, como había sido condiscípulo de don Bosco, se esperaba que, a título de amistad, procedería de buena forma. Pero era notorio que veía con malos ojos las casas salesianas, aunque en general sabía hacer buena cara y cubrir así sus teales intenciones. Aquella visita había sido ordenada por el Consejo escolástico de Turín con el fin preciso de reconocer si los profesores poseían o no los títulos requeridos y si eran realmente los señalados en la lista. La información del Delegado fue desastrosa; por lo cual, el mismo Consejo aumentó la dosis, amenazando con severas medidas si antes del 30 de enero de 1879 no estaba todo en regla. A esta comunicación siguió, tras brevísimo intervalo, otro despacho oficial, con el que, en nombre del Gobernador ((**It14.91**)) se rogaba a don Bosco tuviera a bien recibir en su oratorio a un muchacho pobre 1. Otra visita, efectuada también por el Delegado el 7 de marzo con peor resultado que la primera, obligó a don Bosco a ocuparse inmediatamente del asunto. Mientras tanto, conoció por fuente segura dos circunstancias importantísimas para él, a saber: que el Ministerio, al escribir al Delegado de Turín, habíale recordado la observancia de la ley, pero sin llegar a medidas de rigor y la iniciativa de la cuestión no había partido de Roma, sino de las autoridades locales, que pedían medidas superiores 2. Estos informes le facilitaron el camino. Cuando se trataba de atropellos por parte de las autoridades, don Bosco no se paraba en mitad del camino, sino que llegaba hasta lo último. El 15 de marzo pidió por escrito audiencia al ministro Depretis, presidente del Consejo; contestóle su jefe de Secretaría, el comendador Celesia de Vegliasco, diciendo que Su Excelencia lo recibiría aquel mismo día, de la una a las dos de la tarde, en el Ministerio de Gobernación. Don Bosco acudió puntualmente. Hacía media hora que estaba esperando, cuando entró el Ministro. Púsose en pie al pasar a su lado aquiél, le saludó quitándose el sombrero y lo recibió inmediatamente. El recuerdo de Lanzo abrió la conversación, que duró tres cuartos de hora. El Beato le habló ante todo de las Misiones y díjole el Ministro que las quería proteger. Acometiendo después él la cuestión batallona, con vagas alusiones a dificultades que le estorbaban el paso, el Ministro le observó que, habiéndose ya formado una opinión pública favorable, nada tenía que temer. A lo que replicó el Siervo de Dios recordando el mobile vulgus (vulgo veleta) de Salustio y entró en 1 Véase: Apéndice, doc. núm. 7. 2 Véase: Apéndice, doc. núm. 8.(**Es14.86**))
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