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dadas al superior. Más de una vez, me tocó
sonrojarme y callar. -Una vez, que se hablaba del
Director, dijo un clérigo delante de unos veinte
jóvenes: íQué me importa a mí el Direcior! Cuando
un hermano riñe a un muchacho, no diga nunca:
Aunque los ((**It14.846**))
superiores no quieran castigarte, ya te arreglaré
yo: antes prefiero marcharme de aquí.
No hay que llamar nunca a un alumno que está al
lado del director para castigarlo, aunque se haya
refugiado allí a propósito, ni añadir palabras
ofensivas a la autoridad aunque sea en voz baja:
>>Qué me importa a mí el Director?
Estas frases dicen claramente a los muchachos
que el Director es un infeliz, incapaz de estar en
su puesto, o que el clérigo es un insolente; y
esto no tiene vuelta de hoja.
Tanto maestros como asistentes permitan al
Director cambiar un castigo e incluso perdonarlo,
utilizando su derecho. Se debe suponer que el
Director tenga tanto criterio como cualquier otro
y no se debe suponer que haga algo contra la
autoridad de un maestro. Interesa al Director que
quede a salvo la autoridad de sus subordinados, y,
por tanto, aunque exteriormente parezca que uno
queda ofendido, no es así. El perdón concedido es
siempre una señal de que el culpable ha reconocido
su culpa, que el joven ha prometido repararlo, que
le fue impuesta una reparación honrosa, como pedir
perdón, etc... Y, además, en ciertas
circunstancias, os ruego penséis que, a veces, no
se puede obrar de otra manera, si se tiene en
cuenta que la misión delicadísima del Director
presenta muchas espinas y muchas dificultades, que
no es tan fácil superarlas, si no es siguiendo la
inspiración del Señor y el gran principio de la
salvación de las almas.
Y, si debéis sacrificar un poco de vuestro
honor y algo de vuestra autoridad a este gran
principio, >>parecería acaso un sacrificio
demasiado grande?
Y, si fuese necesario dar la vida, >>haríais
algo superior a vuestro deber?
Dejad, por tanto, al Director la libertad de
dirigir, que no se vea obligado, por vanas
susceptibilidades, a retroceder cuando con un
perdón o una palabra amable, viese la posibilidad
de salvar una alma.
6.° No hablar mal o bromear sobre cosas
queridas por los muchachos, como la patria, el
vestido, los amigos cuando no son malos: no reírse
de su alcurnia, si son de alta sociedad, ni de su
pobreza si son pobres; de su poco talento, si son
tardos para aprender; de su fisonomía o defectos
corporales; no permitir que los alumnos conviertan
a sus compañeros en un hazmerreír. No nos
permitamos hacer lo mismo nosotros; no narrar
hechos que sean deshonrosos para el pueblo, la
familia de alguien, ni tampoco bromear con el
nombre de alguno que tuviese un significado
ridículo o ambiguo. -Nadie puede imaginarse cuánto
se ofenden los jóvenes con ciertas frases y cómo
conservan en el corazón por mucho tiempo lo que
ellos llaman ofensas. -Los padres, además, se
irritan cuando sus hijos les cuentan algún chiste
de mal gusto aplicado a ellos. El pobre no es
menos orgulloso que el rico, incluso es más
violento.
En fin, tratemos a los alumnos como trataríamos
a Jesús mismo, ((**It14.847**)) si
estuviese como alumno en este colegio.
-Tratémoslos con amor y ellos nos respetarán. -Es
necesario que ellos mismos nos reconozcan como
Superiores. Si los humillamos con palabras, porque
somos Superiores, nos hacemos ridículos.
7.° No alabar a ningún alumno de una manera
especial; las alabanzas destruyen las mejores
dotes naturales. -Uno que canta bien, otro que
declama con desenvoltura, enseguida es alabado,
cortejado, apreciado: y, por tanto, la ruina
principal de nuestro colegio en cuanto a la
disciplina viene del teatro. -El Oratorio es una
prueba
(**Es14.723**))
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